martes, 8 de enero de 2013

La materia y sus formas principales de existencia


F. Konstantinov &c.

La filosofía marxista arranca del reconocimiento de la existencia de la realidad objetiva, de la materia en eterno movimiento y desarrollo. ¿Qué es, pues, la materia y cuáles son sus formas principales de existencia?

1. Concepto filosófico de la materia
En el mundo circundante observamos una cantidad infinita de objetos y fenómenos que poseen las propiedades más diversas. ¿Qué representan todos esos objetos y fenómenos, cuál es su base? El materialismo y el idealismo dieron una respuesta diametralmente opuesta a esta pregunta, que surgió ya en el período de formación de la filosofía.
Desde el punto de vista de los filósofos idealistas, la base de todos los objetos y fenómenos del mundo es cierta sustancia ideal: la voluntad divina, la razón universal, la idea absoluta, etcétera. Por ejemplo, en el sistema filosófico de Hegel, el mundo es la forma de realización, de su ser-otro de la idea absoluta, de cierto principio racional e ideal divinizado, que en el proceso de autodesarrollo conoce su propia esencia por medio de la naturaleza y de la historia humana. Una concepción análoga del mundo es propia también de numerosos representantes del idealismo objetivo. Por su parte, los idealistas subjetivos consideran los objetos del mundo exterior como algo derivado del mundo interior del hombre: de sus sensaciones, percepciones, etcétera. «Pues ¿qué son dichos objetos —declara el filósofo inglés Berkeley— sino las cosas que percibimos por medio de los sentidos? ¿Y qué percibimos nosotros sino nuestras propias ideas o sensaciones?» «Para mí es totalmente incomprensible cómo puede hablarse de la existencia absoluta de las cosas sin relacionarlas con alguien que las perciba.» Los razonamientos de Berkeley fueron repetidos, en el fondo, por el físico y filósofo austríaco Mach, así como por el filósofo suizo Avenarius y sus continuadores, cuyas opiniones criticó Lenin en el libro Materialismo y empirocriticismo. Los adeptos de Mach (machistas) reducían los objetos a una suma de propiedades, a las que dieron la denominación de elementos, los cuales eran considerados, en resumidas cuentas, como sensaciones.
La concepción idealista del mundo ofrece un cuadro falso, desfigurado, de la realidad. En oposición a eso, los representantes de la filosofía materialista han tendido siempre a la explicación natural, racional, de los fenómenos. Engels señaló que el materialismo como doctrina significa comprender la naturaleza tal y como es, sin ningún aditamento. Desde el punto de vista de esa doctrina, que se basa en toda la práctica socio-histórica de la humanidad, el mundo que nos rodea no es otra cosa que la materia en movimiento en sus distintas formas y manifestaciones. En el mundo no hay nada que no sea una forma concreta de la materia, un determinado estado o propiedad de ella, un producto de su mutación, de su desarrollo regular. Hasta las ideas y los conceptos más abstractos, sin hablar ya de las sensaciones y percepciones, son resultado de la actividad de un órgano material (el cerebro humano) y un reflejo de las propiedades de los objetos materiales. El concepto de materia como única base universal de todo lo existente, de todos los objetos y fenómenos de la realidad, expresa la esencia más general del mundo.
La concepción científica del mundo se ha desarrollado en estrecha conexión con el perfeccionamiento de las nociones acerca de la materia, de sus propiedades fundamentales y de las leyes que rigen su movimiento. En la filosofía materialista y en las ciencias naturales anteriores a Marx se formularon muchas tesis profundas acerca de la materia, que conservan su valor en el conocimiento contemporáneo. Nos referimos, ante todo, a la tesis de que la materia es la base sustancial universal de todos lo fenómenos, no ha sido creada por nadie, es indestructible, eterna en el tiempo e infinita en el espacio y tiene existencia objetiva, independientemente de la conciencia. Los materialistas premarxistas, en primer lugar los materialistas franceses del siglo XVIII, argumentaron las tesis de que la materia y el movimiento son inseparables, de que el movimiento es un atributo importantísimo, una forma de existencia de la materia. Enfocaron todos esos fenómenos de la naturaleza en su concatenación y condicionalidad mutua, subordinados a leyes naturales e inmutables. Los filósofos materialistas del pasado se basaban en la idea de la cognoscibilidad absoluta de la materia, de la posibilidad de que el hombre comprenda sus propiedades y sus leyes, por muy complejas y excepcionales que parezcan.
Todos estos principios de la cosmovisión materialista forman parte del contenido del materialismo dialéctico y de las ciencias naturales modernas.
Al mismo tiempo, los representantes del materialismo premarxista, que reflejaba el estado de las ciencias naturales de su época, formularon no pocas tesis metafísicas y especulativas acerca de la materia, que fueron refutadas por el desarrollo posterior de la ciencia. En primer lugar, admitían la existencia en el mundo de una sustancia material primaria e inmutable como portadora o «puntal» de todas las propiedades que se observan en los fenómenos. Consideraban que si bien los objetos pueden surgir y desaparecer, experimentar diversos cambios y transformarse uno en otro, la sustancia es homogénea e invariable en su base y sólo se modifican sus formas externas. A menudo se identificaba la sustancia con los átomos, que eran considerados indivisibles, carentes de estructura e inmutables. Se suponían que los átomos eran elementos primarios e indestructibles del mundo, que sólo podían unirse, separarse y cambiar su situación en el espacio, determinando así toda la diversidad cualitativa de fenómenos en el mundo. De este modo, la idea de la inmutabilidad de los átomos se identificaba con la idea de la materia como base sustancial del mundo, y el principio filosófico general de la conservación de la materia se identificaba con el principio de indestructibilidad de los átomos.
La idea de la homogeneidad cualitativa de la sustancia material sirvió de base al cuadro mecanicista del mundo. Las leyes de la mecánica de Newton eran consideradas como leyes universales de la naturaleza, como principios fundamentales del ser que condicionan todas las demás leyes de la naturaleza y de la sociedad. No se negaba la existencia de los procesos químicos, biológicos y sociales, pues eso habría estado en contradicción con los datos sensoriales, empíricos; pero paralelamente se admitía que por cuanto todos los cuerpos están formados de átomos, subordinados a las leyes de la mecánica, todas las formas de movimiento se reducen, en última instancia, al movimiento mecánico de los átomos. De ahí se deducía que si se consiguiera descomponer mentalmente cualquier cuerpo en átomos, determinar la situación y la velocidad de éstos y hacer la ecuación de su movimiento, se podría comprender por completo cualquier fenómeno, incluso las peculiaridades de nuestra conciencia y de los procesos sociales.
Marx y Engels hicieron un profundo análisis crítico de la estrechez metafísica y mecanicista del materialismo precedente. Basándose en los descubrimientos de las ciencias naturales de mediados del siglo XIX, elaboraron la doctrina materialista dialéctica de la materia y de las leyes a que están sujetos sus cambios. Esta doctrina tuvo una importancia capital para crear un cuadro del mundo cualitativamente nuevo. Las bases de la visión mecanicista del mundo se vieron minadas también por la revolución operada en las ciencias naturales a fines del siglo XIX y comienzos del XX: el desarrollo de la teoría del campo electromagnético, el descubrimiento de la radiactividad y de la estructura compleja de los átomos, del cambio de la masa de los cuerpos al aumentar la velocidad de su movimiento, &c. Sin embargo, la imposibilidad de utilizar las leyes mecánicas para explicar los nuevos fenómenos descubiertos fue interpretada por los filósofos idealistas como una violación del principio de la conservación de la materia como una prueba de que la materia «desaparece». Identificando las concepciones materialistas con el cuadro mecanicista del mundo, declararon que el materialismo había sido refutado.
La realidad es que los nuevos descubrimientos testimoniaban precisamente la falsedad de los principios metafísicos de explicación del mundo. Al rebatir la concepción mecanicista, confirmaron la veracidad de la doctrina materialista dialéctica de la materia. «Desde luego —decía Lenin—, es del todo absurdo decir que el materialismo tenga por "menor" la realidad de la conciencia o afirme forzosamente el cuadro mecánico y no el electromagnético, ni cualquier otro cuadro infinitamente más complejo del mundo, como materia en movimiento. La destructibilidad del átomo, su inagotabilidad, la variabilidad de todas las formas de la materia y de su movimiento han sido siempre el pilar del materialismo dialéctico.» 
Apoyándose en los datos de la ciencia acerca de la heterogeneidad estructural y la inagotabilidad de la materia, así como sobre la diversidad de las leyes de su movimiento, Lenin formuló una definición filosófica generalizada de la materia. «La materia —dijo— es una categoría filosófica que sirve para designar la realidad objetiva que es dada al hombre en sus sensaciones, que es copiada, fotografiada, reflejada por nuestras sensaciones y existente independientemente de ellas.» 
Esta definición de la materia está ligada íntimamente a la solución materialista del problema supremo de la filosofía. En ella se indica la fuente objetiva de nuestro conocimiento, que es la materia, y su cognoscibilidad. Al mismo tiempo, a diferencia de los sistemas filosóficos, precedentes, el materialismo dialéctico no reduce la materia a cualquiera de sus variedades: partículas de sustancia, cuerpos percibidos sensorialmente, &c. La materia, toda la multitud infinita de los más diferentes objetos y sistemas que existen y se mueven en el espacio y en el tiempo, tienen una diversidad inagotable de propiedades. Nuestros órganos de los sentidos pueden percibir sólo una parte insignificante de todas las formas de la materia realmente existentes; pero gracias a la construcción de aparatos e instrumentos de medición cada día más perfectos, el hombre amplía sin cesar los límites del mundo conocido.
La definición leninista de la materia no abarca sólo los objetos conocidos por la ciencia moderna, sino también los que puedan se descubiertos en el futuro. En eso precisamente reside su gran importancia metodológica. Cualquier objeto o fenómeno realmente existente en el mundo puede ser reflejado por la conciencia humana. Por cierto, no está excluido que las propiedades concretas de los objetos nuevamente estudiados resulten insólitas en extremo y no se parezcan a las propiedades de los objetos pertenecientes a la esfera del experimento habitual. Así, las partículas elementales que ha descubierto la ciencia se diferencian cualitativamente por sus propiedades de los cuerpos macroscópicos con que tiene relación el hombre en su vida cotidiana, y esto profundiza de una manera esencial nuestras nociones de la materia. 
En la filosofía premarxista se admitía la existencia de la sustancia material primaria e inmutable como un «puntal» sui-géneris de los distintos objetos y de sus propiedades. El materialismo dialéctico rechaza la existencia de ese tipo de sustancia. «La "esencia" de las cosas o la "sustancia" —decía Lenin— también son relativas; no expresan más que la profundización del conocimiento que el hombre tiene de los objetos, y si esta profundización no fue ayer más allá del átomo y hoy no pasa del electrón o del éter, el materialismo dialéctico insiste en el carácter temporal, relativo, aproximado, de todos esos jalones del conocimiento de la naturaleza por la ciencia humana en progreso. El electrón es tan inagotable como el átomo, la naturaleza es infinita...»
Cualquier forma de la materia tiene una estructura compleja, una diversidad infinita de propiedades y nexos internos y externos. De conformidad con ello, toda teoría científica del mundo tendrá inevitablemente un carácter no cerrado, estará abierta para adiciones y perfeccionamientos ulteriores. Antes se opinaba que los elementos más simples eran los átomos, pero después se comprobó que están compuestos de partículas elementales. El desarrollo sucesivo del conocimiento permitirá, sin duda, penetrar en niveles estructurales más profundos de la materia. Por eso, el concepto de sustancia ha cambiado cualitativamente su sentido en la filosofía marxista.
El materialismo dialéctico, que rechaza la existencia de la «materia primaria» como esencia última e inmutable, reconoce la sustancialidad de la materia sólo en el sentido de que precisamente ella (y no la conciencia, no algo sobrenatural) es la facultad base universal de las distintas propiedades de los fenómenos y determina la unidad del mundo circundante.
En relación con ello debe hablarse del doble sentido del concepto de lo material como se emplea en las obras filosóficas. Con este concepto se define tanto una especie concreta de materia (por ejemplo, el átomo, la partícula elemental, &c.) como una propiedad determinada de ella (por ejemplo, el movimiento, el espacio, la energía, &c.). En el sentido gnoseológico, teórico-cognoscitivo, lo material se contrapone a lo ideal, a la conciencia del hombre.
En la vida cotidiana se identifica frecuentemente el concepto de materia con el de sustancia, se reduce la materia a la base sustancial, «corporal». Pero en realidad la sustancia, en el sentido lato de la palabra, comprende únicamente los cuerpos que poseen masa final en reposo, es decir, una masa que puede ser medida en estado de reposo relativo de los cuerpos. Al mismo tiempo existen formas y tipos de materia que no son en modo alguno sustancia (por ejemplo, el campo electromagnético). A esas formas y tipos no le es inherente la masa en reposo, tienen lo que se denomina masa en movimiento, que depende de la energía de sus partículas (cuantos). Son posibles también otras formas de la materia completamente diferentes a las que conoce hoy la ciencia moderna.
Algunas veces, al caracterizar uno y otro objeto o cosa, se los considera sólo como un conjunto de propiedades diversas. También en este caso, la materia es reducida, en el fondo, a una suma de propiedades. Pero no se puede diluir la materia en las propiedades. Estas últimas jamás existen de por sí, sin una base material, y son siempre inherentes a objetos concretos.
La materia posee siempre una organización determinada, existe en forma de sistemas materiales concretos. Se denomina sistema a la multitud, organizada y ordenada internamente, de elementos concatenados de manera estrecha. En el sistema, la conexión entre los elementos que lo componen es más firme, estable e internamente necesaria que el nexo de cada uno de ellos con el medio circundante, con los elementos de otros sistemas. El cambio de uno de los elementos del sistema origina cierto cambio de sus otros elementos.
La división en sistemas y elementos es relativa. Todo sistema puede ser elemento de un ente mayor aún, del que forma parte. De la misma manera, un elemento será un sistema si se considera su estructura interna, sus nexos internos. Pero esta relatividad no convierte el concepto de sistema en algo subjetivo, inventado por el hombre para clasificar los fenómenos con mayor comodidad. Los sistemas existen objetivamente como entes íntegros ordenados: la Galaxia, los astros, el sistema solar, la Tierra (como planeta), las moléculas, los átomos, &c. Hay tipos distintos de sistemas biológicos y sociales. La cognición de la materia se realiza sólo a través del estudio de sus propiedades y de las formas concretas de su sistema de organización.
Las formas y especies principales de la materia pueden clasificarse por una serie de rasgos, cada uno de los cuales expresa un enfoque determinado del estudio de la materia. Con el enfoque más general se pueden distinguir: la materia inorgánica (sistema del reino mineral), la materia orgánica o viva (todos los sistemas biológicos) y la materia socialmente organizada (el hombre y los distintos tipos de sistemas sociales). Entre los sistemas biológicos y sociales sólo conocemos los que se hallan representados en la Tierra, aunque está fuera de toda duda que en otros sistemas planetarios del universo infinito en que existan condiciones físicas y químicas favorables es también posible la vida altamente organizada como resultado del autodesarrollo regular de la materia.
Todas las formas indicadas de la materia pueden clasificarse asimismo por sus rasgos estructurales, descubriendo de qué están compuestas. Se trata, en primer término, de la sustancia: conjunto de micropartículas, cuerpos macroscópicos y sistemas cósmicos, que tienen una masa final en reposo. La sustancia comprende los correspondientes núcleos atómicos, partículas elementales, átomos, moléculas, objetos inorgánicos macroscópicos, organismos vivos, sistemas técnicos creados por el hombre, astros, galaxias y sistemas galácticos.
En la actualidad se han descubierto ya más de trescientas variedades de partículas elementales, incluidas las llamadas resonancias, que surgen mediante las interacciones de partículas de gran energía y se desintegran rápidamente en partículas estables. A la mayoría de las partículas conocidas corresponden antipartículas (opuestas a ellas por el signo de su carga eléctrica o por algunas otras propiedades): al electrón, el positrón; al protón, el antiprotón, etcétera.
El surgimiento de sistemas complejos y de grandes masas a partir de las antipartículas es posible, en principio, sólo en el caso de que estén ausentes las formas habituales de la sustancia, ya que si las partículas chocan con las antipartículas, unas y otras desaparecen («se anihilan»), transformándose en fotones (cuantos del campo electromagnético) o en mesones de gran energía. Hasta ahora no se han descubierto grandes masas de sustancias compuestas de antipartículas. No obstante, la posibilidad de que existan en el universo dimana de las leyes de la física moderna, probadas en la experiencia, así como de la existencia de las propias antipartículas, que surgen durante las interacciones de las partículas de gran energía y desaparecen rápidamente. En las obras de ciencias naturales, las grandes masas hipotéticas de sustancias compuestas de antipartículas son denominadas con frecuencia «antimundo», «antimateria» y «antisustancia». Pero la verdad es que el mundo es único y no existe un antípoda suyo, y el concepto de materia abarca todas las formas de la realidad objetiva.
La diferencia entre las partículas y las antipartículas es muy relativa y afecta sólo algunas propiedades parciales de la materia, como el signo de la carga eléctrica, el momento magnético, &c. En cambio, muchas otras propiedades suyas son iguales. Son iguales también las leyes de la acción recíproca nuclear, electromagnética y gravitacional y, por consiguiente, las leyes que rigen la formación de las distintas combinaciones químicas, de los sistemas cósmicos y, por lo visto, de la evolución bioquímica de la sustancia. En los sistemas construidos de antipartículas, el tiempo se medirá sólo de lo pasado a lo futuro, por cuanto ese orden viene determinado por la irreversibilidad de las relaciones de causa y efecto y del proceso general de desarrollo de la materia. De ahí que en lugar de usar los términos «antimundo», «antimateria» y «antisustancia» para designar las mencionadas formas hipotéticas de la materia, sea más correcto emplear el término de «sustancia de antipartículas», pues la masa última en reposo que caracteriza la sustancia es propia también de todas las antipartículas (excepto del antineutrino).
Entre las formas insustanciales de la materia figura, como hemos dicho ya, el campo electromagnético (una de cuyas variedades es la luz), cuyos cuantos jamás existen en estado de reposo y se mueven siempre con la velocidad de la luz (diferente en las distintas esferas sustanciales). Son muchos los datos teóricos que permiten considerar el campo gravitacional como una forma especial de la materia, aunque todavía no se ha obtenido una demostración experimental de la existencia de los gravitones: los cuantos de ese campo. Hablando estrictamente, tampoco se puede incluir en la sustancia partículas elementales como el neutrino y el antineutrino de distintos tipos, cuya acción recíproca con la sustancia es débil y que poseen una ingente capacidad de penetración. Arrebatan una cantidad considerable de energía a las estrellas, impregnan todo el espacio que nos rodea y su papel en el desarrollo general de la materia en el universo debe ser muy grande, aunque todavía no ha sido descubierto en plena medida.
En nuestros días ha empezado a penetrarse en la estructura de las partículas más elementales, que ha resultado ser muy original y diferente a la estructura de todos los demás sistemas materiales. Se confirma plenamente la sabia previsión de Lenin sobre la inagotabilidad de los objetos del micromundo y la infinitud de la materia en profundidad.
La doctrina materialista dialéctica sobre la materia y las leyes de su existencia sirve de base metodológica para efectuar investigaciones científicas, elaborar una concepción científica y cabal del mundo e interpretar los descubrimientos de la ciencia acorde a la realidad. Debe señalarse, además, que esta doctrina se perfecciona sin cesar, se profundiza con el progreso del conocimiento científico y se forman nuevas categorías y leyes que reflejan en un grado cada día mayor la realidad, la cual será siempre más compleja que todas nuestras nociones de ella, incluso las más perfectas.

2. El movimiento y sus formas principales
Al conocer el mundo que nos rodea, vemos que en él no hay nada absolutamente inmóvil e inmutable, que todo está en movimiento y pasa de unas formas a otras. En todos los objetos materiales tiene lugar el movimiento de las partículas elementales, de los átomos y las moléculas; cada objeto se encuentra en acción recíproca con el mundo circundante, y esta interacción lleva implícito movimiento de uno y otro tipo. Cualquier cuerpo, incluso el que se halla en reposo con relación a la Tierra, se mueve junto con ella alrededor del Sol y junto con el Sol, respecto a otros astros de la Galaxia; esta última se desplaza con relación a otros sistemas estelares, &c. El equilibrio, el reposo y la inmovilidad absolutos no existen en ninguna parte; todo reposo y todo equilibrio son relativos, son un estado determinado del movimiento.
Tomado en su aspecto más general, el movimiento es idéntico a todo cambio, a cualquier transición de un estado a otro. El movimiento es un atributo universal, una forma de existencia de la materia. En el mundo no puede haber materia sin movimiento, de la misma manera que no hay movimiento sin materia.
La materia, que está vinculada indisolublemente al movimiento y posee actividad interna, no necesita de ningún impulso divino externo para ser puesta en movimiento (precisamente esta concepción metafísica del «primer impulso» fue defendida en su tiempo por algunos filósofos metafísicos, que consideraban la materia como una masa inerte, estancada).
La materia es la portadora de todos los cambios, la base sustancial de todos los procesos que se operan en el mundo; el movimiento separado de la materia, «el movimiento puro», no existe. Los representantes del energetismo (en primer lugar el naturalista alemán Guillermo Ostwald, cuyas opiniones criticó Lenin en el libro Materialismo y empirocriticismo) admitían la existencia del movimiento sin la materia. Consideraban que la única base de todos los cambios es la «energía pura», separada de la materia y transformada en algo inmaterial. En realidad, la energía es una propiedad de la materia que representa la medida cuantitativa del movimiento y expresa la capacidad de los sistemas materiales de efectuar una labor determinada a partir de los cambios internos. La energía no existe al margen de la materia y se manifiesta siempre únicamente junto con otras propiedades de los cuerpos materiales.
(Algunos científicos contemporáneos razonan también en el espíritu del energetismo y sacan conclusiones idealistas de la transformación de las partículas y antipartículas (mediante su acción recíproca) en cuantos del campo electromagnético (fotones). Según ellos, se produce la aniquilación («anihilación») de la materia, su transformación en «energía pura». Pero, como sabemos ya, el campo electromagnético no puede ser reducido a la energía: es una forma, una variedad de la materia. La transformación de las partículas y antipartículas en fotones no significa la «anihilación» de la materia, sino su paso de unas formas a otras en conformidad estricta con las leyes de la conservación de la masa, de la energía, del momento cinético, del espín (del momento intrínseco de rotación de las partículas), de la carga eléctrica y de algunas otras propiedades).
Algunos científicos contemporáneos razonan también en el espíritu del energetismo y sacan conclusiones idealistas de la transformación de las partículas y antipartículas (mediante su acción recíproca) en cuantos del campo electromagnético (fotones). Según ellos, se produce la aniquilación («anihilación») de la materia, su transformación en «energía pura». Pero, como sabemos ya, el campo electromagnético no puede ser reducido a la energía: es una forma, una variedad de la materia. La transformación de las partículas y antipartículas en fotones no significa la «anihilación» de la materia, sino su paso de unas formas a otras en conformidad estricta con las leyes de la conservación de la masa, de la energía, del momento cinético, del espín (del momento intrínseco de rotación de las partículas), de la carga eléctrica y de algunas otras propiedades.
En la naturaleza existe una cantidad infinita de sistemas materiales cualitativamente distintos, cada uno de los cuales posee un movimiento específico. La ciencia moderna sólo conoce una pequeña parte de estos movimientos, que pueden ser subdivididos en una serie de formas fundamentales del movimiento. Entre estas últimas figuran conjuntos de procesos y cambios de la materia que son inherentes a los objetos materiales del mismo tipo, tienen distintos rasgos comunes y se subordinan a algunas leyes generales (distintas para las diferentes formas del movimiento).
La clasificación de las formas fundamentales del movimiento corresponde un gran mérito a Federico Engels, quien en su obra Dialéctica de la naturaleza distinguió las formas físicas, químicas, biológicas y sociales del movimiento y analizó su contenido. Señaló que en el mundo existen formas del movimiento como la traslación mecánica, el calor, la luz, la electricidad y el magnetismo, el movimiento químico, biológico (la vida) y social, en el cual incluía también el pensamiento. Esta clasificación conserva su valor en nuestros días. Parte del principio del desarrollo histórico de la materia y de la irreductibilidad cualitativa de las formas superiores del movimiento a las inferiores. Durante los cien años transcurridos desde entonces, la ciencia ha descubierto muchísimos fenómenos nuevos en el micromundo y el cosmos, en la esfera biológica y en la social, que han ampliado en grado sustancial nuestras nociones acerca de las formas fundamentales del movimiento.
Entre estas formas destacaremos, en primer lugar, las que tienen un carácter muy general y se observan en los más diversos niveles estructurales de la materia, en todas las magnitudes de tiempo y espacio conocidas. Una de ellas es la traslación en el espacio, que acompaña a todo cambio. Esta traslación puede ser uniforme, acelerada, rectilínea, giratoria y oscilatoria, seguir trayectorias determinadas y realizarse sin trayectorias. Tiene asimismo un carácter bastante general el movimiento gravitacional, que es un proceso de interacción de todos los cuerpos conocidos por medio del campo de gravitación. Esta acción recíproca determina la formación de todos los sistemas cósmicos, la unión de grandes masas de sustancia. En la naturaleza se manifiesta también ampliamente la forma electromagnética del movimiento, que incluye todos los procesos de interacción con participación del campo electromagnético. Las interacciones electromagnéticas condicionan la unión de las partículas elementales en átomos, la de los átomos en moléculas y la de estas últimas en cuerpos macroscópicos.
Debe mencionarse, además, la forma de movimiento peculiar únicamente de la estructura de los núcleos atómicos y de las partículas elementales. Todos los tipos de energía nuclear son manifestaciones particulares de esta forma del movimiento. La redistribución de las conexiones entre los átomos en las moléculas y de la reestructuración de las capas electrónicas de los átomos en las moléculas origina un proceso de transformación de unos átomos en otros y de formación de moléculas. Este proceso constituye la forma química del movimiento.
Las formas del movimiento de los microobjetos siguen actuando en sistemas materiales más complejos. Ahora bien, las propiedades y leyes a que está sujeto el cambio de los sistemas más complejos no se reducen a las propiedades y leyes del cambio de los sistemas pequeños y de las micropartículas que los componen. Estas diferencias caracterizan la originalidad cualitativa de las formas del movimiento que corresponden a dichos sistemas.
A escala macroscópica y cósmica son características formas del movimiento como el calor, la mutación de las fases de las sustancias, los procesos de cristalización, los cambios estructurales en los cuerpos sólidos, en los líquidos, en los gases y en el plasma. La forma geológica del movimiento incluye un conjunto de procesos físico-químicos relacionados con la formación de minerales de toda índole y otras sustancias sometidas a grandes temperaturas y presiones. En las estrellas se manifiestan asimismo formas de movimiento como las reacciones termonucleares autosostenidas, la formación de elementos químicos (sobre todo en los fulgores de estrellas novas y supernovas). Cuando las masas y densidades de los objetos cósmicos son muy grandes, puede haber procesos del tipo del colapso gravitatorio y del paso del sistema al estado superdenso, en el cual su campo de gravitación no deja de escapar ya partículas de sustancia ni emisión electromagnética. A escala del megamundo somos testigos de la grandiosa ampliación de la Metagalaxia que, por lo visto, es una etapa aparte de la forma de movimiento de este gigantesco sistema material. A cada nivel estructural de la materia aparecen formas propias de movimiento y funcionamiento de los sistemas materiales respectivos.
Las formas biológicas del movimiento comprenden los procesos que se operan dentro de los organismos vivos y en los sistemas de éstos: familias y colonias de organismos, especies, biogeocenosis y toda la biosfera. La vida es el modo de existencia de los cuerpos albuminoideos y ácidos nucleicos. Su contenido son el metabolismo incesante entre el organismo y el medio exterior, los procesos y reglexión y autorregulación orientados a la autodefensa y la reproducción de los organismos.
{Biogeocenosis: conjunto de alguna especies de animales y plantas que pueblan determinado sector del medio, juntamente con sus condiciones naturales de existencia. Biosfera: conjunto de todos los organismos vivos del planeta que habitan en el aire, el agua, la tierra o los estratos de ésta.}
Todos los organismos vivos son sistemas abiertos. Al intercambiar constantemente sustancia y energía con el medio circundante, el organismo vivo recrea sin cesar su estructura y sus funciones y las mantiene en una estabilidad relativa. El metabolismo, que origina una autorrenovación ininterrumpida de la composición celular de los tejidos, tiene por base las leyes de la autorregulación y dirección que actúan en los organismos vivos, los procesos de reflejo interno y externo por los sistemas vivos de sus condiciones de existencia.
La vida es un sistema de formas de movimiento y comprende procesos de interacción, cambio y desarrollo en los sistemas biológicos supraorgánicos: las colonias de organismos y especies, las biocenosis, las biogeocenosis y toda la biosfera. 
La etapa superior de desarrollo de la materia en la Tierra es la sociedad humana, con las formas sociales de movimiento que le son inherentes. Estas formas se complican sin cesar a medida que progresa la sociedad. Comprenden todas las manifestaciones de la actividad concreta de los hombres, todos los cambios sociales y tipo de acción recíproca entre los diversos sistemas sociales: desde el individuo hasta el Estado y la sociedad en su conjunto. Todos los procesos de reflexión de la realidad en las nociones, conceptos y teorías son también una manifestación de las formas sociales del movimiento.
Entre las diversas formas de movimiento de la materia existe una estrecha interrelación, que se manifiesta, sobre todo, en el desarrollo histórico de la materia y en el surgimiento de las formas superiores del movimiento a partir de las relativamente inferiores. Esas formas superiores llevan en sí, transformadas, muchas formas inferiores que las precedieron y fueron la base de su surgimiento. Por ejemplo, el funcionamiento del organismo humano se basa en la acción recíproca de las formas físicas, químicas y biológicas del movimiento, que se hallan en él en unidad indisoluble; al mismo tiempo, el hombre se manifiesta como sujeto portador de las formas sociales del movimiento.
Al estudiar la interrelación de las formas del movimiento tiene importancia evitar, por un lado, que se aísle las formas superiores de las inferiores y, por otro, que se reduzcan mecánicamente las primeras a las segundas.
Si se separa las formas superiores de las inferiores será imposible dilucidar su origen. En biología, por ejemplo, dicha separación condujo al vitalismo. Según esta concepción idealista, la actividad vital de todos los organismos está condicionada por algunos factores inmateriales implícitos en ellos —una «fuerza vital», una «entelequia», &c.—, a los que se atribuía, en definitiva un origen divino. La ciencia asestó un golpe al vitalismo al descubrir las leyes del surgimiento histórico de la vida y la condicionalidad de sus procesos por las formas físico-químicas del movimiento.
Reducir las formas superiores del movimiento a las inferiores significa desconocer la especificidad cualitativa de estas formas. Pero en los procesos sociales existen rasgos y peculiaridades específicos que no son inherentes a los biológicos, y cualesquiera que sean las formas biológicas del movimiento que estudiemos, no podremos en modo alguno deducir de ellas las leyes de los fenómenos sociales. De la misma manera, las formas biológicas del movimiento no pueden reducirse a las formas físicas y químicas.
El desprecio de la diferencia cualitativa entre las formas superiores del movimiento y las inferiores conduce al mecanicismo. Este surge cuando se intenta reducir las formas superiores del movimiento a las inferiores sin tomar en consideración todas las formas precedentes e intermedias. Por ejemplo, a veces se identifica el pensamiento con los procesos informativos que tienen lugar en las máquinas cibernéticas, no viendo el hecho fundamental de que todos los procesos en los sistemas cibernéticos son resultado de las formas físicas del movimiento. En cambio, el pensamiento se basa en la interacción de las más complejas formas biológicas y sociales del movimiento, es producto del desarrollo social y, por ello, no puede ser comprendido fuera del estudio de lo que se refleja en el cerebro humano.
El conocimiento de la interrelación entre las formas del movimiento tiene gran importancia metodológica para revelar la unidad material del mundo y las peculiaridades del desarrollo histórico de la materia. La investigación de las peculiaridades y leyes del ser de la materia coincide, en medida considerable, con el estudio de las peculiaridades de su movimiento a distintos niveles y grados estructurales del desarrollo. El esclarecimiento de la especificidad cualitativa de las distintas formas de movimiento de la materia y de su conexión recíproca es importante también para clasificar las ciencias que estudian estas formas del movimiento y comprender los complejos procesos que se producen en la cognición científica contemporánea (aparición de nuevas ramas del saber, empleo de los métodos de unas ciencias en otras, &c.).
Es importante aclarar las leyes de la interdependencia de las formas del movimiento para conocer la esencia de la vida y otras formas superiores de movimiento y modelar las funciones de los sistemas complejos, incluido el cerebro humano, en sistemas técnicos más complicados cada día. El progreso de la ciencia y la técnica ofrece en esta dirección perspectivas inabarcables.

3. El espacio y el tiempo
Todo objeto tienen extensión: es largo o corto, ancho o estrecho, alto o bajo.
Cada cosa se encuentra entre las demás en un sitio o en otro. Los cuerpos poseen volumen, tal o cual forma externa. Cada forma de movimiento de la materia está vinculada necesariamente a la traslación de los cuerpos. En todo ello se manifiesta el hecho de que los cuerpos y los objetos existen en el espacio, de que el espacio es condición cardinal del movimiento de la materia. 


El espacio es una forma real objetiva de existencia de la materia en movimiento. El concepto de espacio expresa la coexistencia de las cosas y la distancia entre ellas, su extensión y el orden en que están situadas unas respecto de otras.

Los procesos materiales transcurren con cierta sucesión (unos antes o después que otro), se distinguen por su duración y tienen fases o etapas que se diferencian entre sí.
Esto significa que los cuerpos existen en el tiempo.

El hecho de que las diferentes fases no coinciden en el tiempo y estén separadas por un intervalo es condición cardinal de la existencia de esos procesos. El movimiento de la materia es imposible fuera del tiempo.

El tiempo es una forma real objetiva de existencia de la materia en movimiento. Caracteriza la sucesión del desenvolvimiento de los procesos materiales, la distancia entre las distintas fases de estos procesos, su duración y su desarrollo.

«En el universo —decía Lenin— no hay más que materia en movimiento, y la materia en movimiento no puede moverse de otro modo que en el espacio y en el tiempo.» 
V. I. Lenin. Materialismo y empirocriticismo. 

Ningún objeto material puede existir solamente en el espacio y no ser en el tiempo, o ser en el tiempo y no encontrarse en el espacio. Siempre y en todas partes, cualquier cuerpo existe en el espacio y en el tiempo. Esto significa que el espacio y el tiempo están vinculados orgánicamente.


Los filósofos idealistas niegan la realidad objetiva del espacio y del tiempo. Opinan que son algo que existe en la conciencia humana o gracias a la conciencia, engendrado por el espíritu. Kant, por ejemplo, considera el espacio y el tiempo como formas apriorísticas de la contemplación sensorial, condicionadas por la propia naturaleza de nuestra conciencia. Para Mach, el espacio y el tiempo no son más que sistemas ordenados de series de nuestras sensaciones. En la filosofía de Hegel, el espacio y el tiempo son productos de la idea absoluta y surgen en un determinado grado de desarrollo de ésta, apareciendo primero el espacio y sólo después el tiempo. 

Toda la experiencia de la vida humana y el progreso de la ciencia refutan las nociones idealistas del espacio y del tiempo. ¿Puede, acaso, aceptarse que el espacio y el tiempo son productos de la conciencia, del espíritu, de la idea, o que existen sólo en la conciencia, cuando, como prueban las ciencias naturales, la Tierra existía en el espacio y se desarrollaba en el tiempo muchos millones de años antes de que apareciera el hombre, con su conciencia, su espíritu y sus ideas? Lenin adujo este hecho para demostrar la insolvencia de las opiniones idealistas sobre el espacio y el tiempo. «La existencia de la naturaleza en el tiempo, medido en millones de años, en épocas anteriores a la aparición del hombre y de la experiencia humana, demuestra lo absurdo de esa teoría idealista.»

El espacio y el tiempo, como formas reales de existencia de la materia, se caracterizan por una serie de peculiaridades. Primero, son objetivos, existen fuera e independientemente de la conciencia. Segundo, son eternos, por cuanto la materia existe eternamente. Tercero, el espacio y el tiempo son ilimitados e infinitos.

La ilimitación del espacio significa que cualesquiera que sean la dirección en que nos movamos y la distancia a que nos alejemos del punto inicial, jamás ni en parte alguna habrá un límite que sea imposible rebasar.
La ilimitación y la infinitud son características diferentes del espacio. El espacio del Universo es no sólo ilimitado, sino infinito. Por enorme que sea uno u otro sistema cósmico (por ejemplo, la Galaxia, gigantesco conglomerado estelar al que pertenece nuestro Sol), es parte integrante de un sistema mayor aún. La ciencia penetra cada día más lejos en el Universo infinito. Los aparatos astronómicos modernos permiten ver las distancias que la luz recorre en 13.000 millones de años. Pero, naturalmente, tampoco son un límite. Por muy lejos que estén de nosotros tales o cuales sistemas siderales, tras ellos hay nuevos conglomerados gigantescos de cuerpos celestes, extensiones inmensas de sistemas cósmicos. La infinitud del espacio es la infinidad del volumen de todo el conjunto incalculable de cuerpos materiales del Universo.


¿Qué significan la ilimitación y la infinidad del tiempo? Por mucho tiempo que transcurra hasta un momento determinado, el tiempo seguirá prolongándose sin alcanzar jamás un límite tras el que no haya ninguna duración, ningún número infinito de procesos que se sucedan y formen, en conjunto, la duración infinita no limitada por nada. De la misma manera, cualquier acontecimiento, por mucho tiempo que haya transcurrido desde que se produjo, fue precedido de una cantidad innumerable de otros acontecimientos que poseen en conjunto una duración infinita. A la vez, el tiempo es irreversible, no vuelve a sí mismo, no se repite, sino que pasa por nuevos y nuevos instantes.

A veces se esgrime como argumento contra la noción de la infinitud del espacio y del tiempo un fenómeno denominado «desplazamiento hacia el rojo» de los espectros. Las observaciones astronómicas han mostrado que, por regla general, los espectros (es decir, los conjuntos de líneas de colores obtenidos al descomponerse un rayo de luz) de las nebulosas que se encuentran fuera de nuestra Galaxia se desplazan un tanto hacia las grandes longitudes de onda de las líneas espectrales rojas (de ahí la denominación de «desplazamiento hacia el rojo»). Este desplazamiento puede tener su origen, en particular, en que la fuente de luz y el aparato que capta esa luz (receptor) se alejan la una del otro a cierta velocidad. Dicho desplazamiento es tanto más considerable cuanto mayor es la velocidad con que se alejan la fuente de luz y el receptor. Y como hasta ahora no se ha encontrado ninguna otra explicación satisfactoria del desplazamiento de los espectros de las nebulosas hacia el rojo, los científicos tratan de explicar este fenómeno diciendo que las nebulosas se dispersan, «se alejan» de nuestra Galaxia a una velocidad proporcional, aproximadamente, a la distancia. Dicho de otro modo: cuando más lejos se encuentra la nebulosa, con tanta mayor rapidez «se aleja». De esta teoría (denominada teoría de «la expansión del universo») se saca a veces la conclusión de que, en tiempos remotos, el universo estuvo concentrado en un volumen extraordinariamente pequeño, en una especie de «átomo primigenio», que en cierto momento inicial del tiempo empezó de pronto a ensancharse. Ello dio lugar a que comenzara también «la expansión del espacio», que era al principio infinitesimal. Se intenta también explicar este proceso con un espíritu francamente religioso: como la creación del «átomo primigenio» por Dios, por voluntad del cual comenzó también «la expansión». Semejante aserto, cuya insolvencia es evidente, se halla en contradicción directa con los datos que posee la ciencia. Los modelos matemáticos de «expansión del universo» de que se dispone afectan problemas tan importantes como la naturaleza y la esencia de la infinitud, la relación entre lo finito y lo infinito, &c. A la par con ello, en dichos modelos se tantea de una manera preliminar en extremo un aspecto de la conducta de cierto fragmento del universo, pero no dan fundamento para emitir juicios categóricos sobre la verdadera estructura espacial y temporal de todo el universo.

Hemos dicho ya que el espacio y el tiempo son formas de existencia de la materia. Pero son formas diferentes.
Aun poseyendo propiedades comunes, se distinguen considerablemente.

Como señalaba Engels, ser en el espacio significa existir «en la forma de situación de una cosa al lado de otra», mientras que ser en el tiempo significa existir «en la forma de sucesión de una cosa después de otra» ( F. Engels. Dialéctica de la Naturaleza. (C. Marx y F. Engels. Obras).

Una peculiaridad importante del espacio consiste en que tiene tres dimensiones. En efecto, si en cualquier punto del espacio se trazan dos rectas en la dirección que se quiera, siempre se podrá trazar una tercera línea perpendicular a ambas, y esta tercera recta será única. La tridimensionalidad del espacio se manifiesta asimismo en que la posición de cualquier punto en él puede ser determinada señalando la distancia existente entre dicho punto y tres planos coordinados, cualesquiera que sean, elegidos como sistema de cálculo. Todo cuerpo material, por cuanto posee un volumen determinado, es obligatoriamente tridimensional.

El espacio se caracteriza asimismo por las propiedades de la simetría. Objetos materiales iguales —partículas, por ejemplo— pueden ser situados en el espacio de tal modo que una mitad del espacio que ocupan sea como la imagen de la otra mitad reflejada en un espejo; pueden ser situadas también de tal modo que una parte del espacio que ocupan parezca el resultado de un viraje de la otra mitad a un ángulo determinado, &c. Esto significa que las partículas tienen cierta simetría.
La ciencia ha demostrado que existe una multitud de variadísimos grupos espaciales de simetría. La propiedad de la simetría es tan esencial para el espacio como la existencia en él de tres dimensiones.

En las matemáticas y en la física teórica se introduce con frecuencia la noción de los llamados «espacios pluridimensionales», cuyo número de dimensiones es muy grande e incluso infinito.
¿No contradice esta noción la tesis de la tridimensionalidad del espacio? No, no la contradice. El espacio real, objetivo, en que existen todos los cuerpos es el espacio con tres dimensiones. En cambio, el «espacio pluridimensional» es una abstracción, utilizada por la ciencia, que ayuda a abarcar mentalmente el conjunto de un número mayor o menor de magnitudes que no caracterizan de modo obligatorio sólo la dimensión, sino también otras propiedades de los objetos estudiados, v. gr., su color. Estos conjuntos (multitudes) de magnitudes son denominados «espacios» porque entre ellos existen relaciones que recuerdan por la forma las que tienen lugar entre los elementos del espacio tridimensional real: dicho con otras palabras, son «semejantes al espacio». Y esto permite extender a ellos muchos postulados de la geometría y estudiarlos más a fondo.

Algunos idealistas aprovechan la introducción en la ciencia de la noción de los «espacios pluridimensionales» para tratar de «demostrar» que los cuerpos pueden existir fuera del espacio. Según su punto de vista, en tanto que los seres humanos y todos los cuerpos corrientes se encuentran en tres dimensiones. «Los seres espirituales», incorpóreos, «los espíritus», se sitúan en magnitudes del espacio inaccesibles a los seres comunes. De ahí deducen que «los espíritus» pueden influir en los procesos materiales y dirigirlos, permaneciendo fuera de nuestras percepciones. Pero el intento de especular con la noción de los «espacios pluridimensionales» para refutar el materialismo carece de toda base.

A diferencia del espacio, el tiempo es unidimensional. Esto significa que cualquier momento del tiempo es determinado por un número, que expresa el período de tiempo transcurrido hasta ese momento desde otro tomado como comienzo del cálculo. Todos los acontecimientos siguen una sola dirección: de lo pasado a lo presente y de lo presente a lo futuro. Esta dirección de los procesos es objetiva, no depende de la conciencia de los hombres que los perciben. En el espacio se puede trasladar los cuerpos de la derecha a la izquierda y de la izquierda a la derecha, de arriba abajo y de abajo arriba, &c. Pero es imposible volver en el tiempo procesos ligados por nexos causales, obligarles a ir de lo futuro a lo pasado. El tiempo es irreversible. En eso se diferencia sustancialmente del espacio.

En las obras modernas de divulgación científica se emplea con frecuencia el concepto de «mundo cuatridimensional». Este concepto, igual que el de «espacio pluridimensional», no ofrece ninguna base a las concepciones idealistas. En física se entiende por «cuatridimensionalidad» del mundo el hecho de que éste existe no sólo en el espacio (que tiene tres dimensiones), sino también en el tiempo (que tiene una sola dimensión), y de que todos los procesos reales deben ser abordados teniendo en cuenta el nexo de ambas formas de existencia de la materia, cuya suma total de dimensiones es igual a cuatro.
En la noción de la física moderna sobre el «mundo cuatridimensional» no hay ni puede haber nada místico, misterioso. 

Nuestras representaciones del espacio y del tiempo no son inmutable. La ciencia penetra cada día más profundamente en la estructura espacial-temporal del mundo y descubre nuevas y nuevas propiedades espaciales y temporales de las cosas. Pero el cambio de nuestras nociones del espacio y del tiempo no pueden confundirse, como subraya Lenin, «con la inmutabilidad del hecho de que el hombre y la naturaleza sólo existen en el tiempo y en el espacio; los seres fuera del tiempo y del espacio, creados por los curas y admitidos por la imaginación de las masas ignorantes y oprimidas de la humanidad, son productos de una fantasía enfermiza, tretas del idealismo filosófico, fruto inservible de un régimen social malo.». V. I. Lenin. Materialismo y empirocriticismo.
La tesis de que el espacio y el tiempo son formas de la existencia de la materia no sólo define su carácter objetivo, real: significa también su nexo indisoluble con la materia en movimiento. De la misma manera que no hay materia fuera del espacio y del tiempo, no hay ni puede haber espacio y tiempo sin materia.

El espacio y el tiempo existen sólo en las cosas materiales, sólo gracias a ellas. «Por supuesto —señalaba Engels—, estas dos formas de existencia de la materia sin materia no son nada, son vanas representaciones, abstracciones, existentes sólo en nuestra cabeza.»
{ F. Engels. Dialéctica de la naturaleza. (C. Marx y F. Engels. Obras.} Quienes separan el espacio y el tiempo de la materia y porfían que ambos existen aisladamente de la materia, atribuyen una vida autónoma, independiente, a algo que no es material y que sólo se halla en la conciencia. Mas eso significa precisamente adoptar las posiciones del idealismo, según el cual los productos de nuestra actividad mental son esencias independientes. De ahí que Lenin dijera: «El tiempo fuera de las cosas temporales = Dios». V. I. Lenin. Cuadernos filosóficos.

El materialismo dialéctico se distingue sustancialmente del materialismo metafísico por el postulado que proclama el nexo indisoluble del espacio y el tiempo con la materia. El materialismo metafísico, aun admitiendo la realidad objetiva del espacio y el tiempo, los considera, no obstante, como esencias autónomas, como recipientes vacíos independientes de la materia, destinados a guardar cuerpos y procesos materiales. Como dijo gráficamente el matemático alemán Weyl, tal opinión equipara el espacio a un «apartamento de alquiler», que puede ser ocupado por unos inquilinos o, si éstos no existen, seguir completamente vacío.

Un punto de vista semejante sustentaba Isaac Newton, fundador de la mecánica clásica. Para él, el espacio y el tiempo eran objetivos, pero existían independientemente de la materia en movimiento, eran inmutables por completo y no estaban vinculados entre sí. Los denominó «absolutos». Las ideas de Newton acerca del «espacio absoluto» y del «tiempo absoluto» predominaron [91] en la ciencia hasta comienzos del siglo XX, cuando, al crearse la teoría de la relatividad, los naturalistas vieron claro, por fin, que era erróneo desvincular entre sí el espacio y el tiempo y separarlos de la materia en movimiento.


El matemático ruso N. Lobachevski —uno de los creadores de la geometría no euclidiana— hizo un gran aporte a la elaboración de las nociones científicas referentes al nexo del espacio y del tiempo con la materia en movimiento. Lobachevski demostró que las propiedades del espacio no son inmutables, iguales siempre y en todas partes, sino que cambian en dependencia de las propiedades de la materia y de los procesos físicos que tienen lugar en los cuerpos materiales.


Al cambiar las condiciones materiales, se modifican las formas espaciales, la dimensión de los objetos y el carácter de las leyes geométricas.

N. Lobachevski creó una geometría completamente nueva, diferente de la creada por Euclides en la Grecia antigua. Una peculiaridad de esta geometría consiste en que, en ella, la suma de los ángulos de un triángulo no es constante e igual a 180º, sino que cambia al modificarse la longitud de sus lados y es siempre inferior a 180º. Más tarde, Riemann creó otra geometría no euclidiana, en la que la suma de los ángulos de un triángulo es superior a 180º.

La creación de la geometría no euclidiana, que descubrió el nexo profundo del espacio con la materia y la condicionalidad de las propiedades del primero por las propiedades de la segunda, asestó un golpe a las concepciones idealistas del espacio. Basándose en que la geometría de Euclides había sido inmutable durante muchos siglos, Kant declaró que el espacio era una forma apriorística de contemplación, inherente a nuestra conciencia, en la que el sujeto cognoscente «ordena» la disposición de los fenómenos. La geometría es inmutable, suponía Kant, precisamente porque el espacio pertenece a la conciencia del sujeto y no a los fenómenos variables fuera de él. Pero resultó que la geometría de Euclides no era única, que en dependencia de las condiciones materiales en el espacio actuaban leyes de geometría completamente diferentes.

La física moderna profundizó más aún y desarrolló las ideas de Lobachevski. La teoría de la relatividad, creada por Alberto Einstein, descubrió formas nuevas, más generales, de conexión del espacio y del tiempo con la materia en movimiento y entre sí, expresando estos nexos matemáticamente, en leyes concretas. Una manifestación del nexo del espacio y del tiempo con la materia en movimiento es el hecho, señalado por vez primera en la teoría de la relatividad, de que la simultaneidad de los acontecimientos no es absoluta, sino relativa. Acontecimientos simultáneos con relación a un sistema material, o sea, en unas condiciones del movimiento, no son simultáneos con relación a otro sistema material, es decir, en otras condiciones del movimiento.

A este hecho fundamental están vinculadas otras tesis importantes. Resulta que la distancia entre los cuerpos no es igual en los distintos sistemas materiales en movimiento: al crecer la velocidad del movimiento, se reduce la distancia (longitud). De la misma manera, el intervalo de tiempo entre los sucesos, cualesquiera que sean, es diferente en los distintos sistemas materiales en movimiento: al aumentar la velocidad, dicho intervalo disminuye. Los mencionados cambios de las dimensiones espaciales (longitudes) y de los intervalos de tiempo dependencia de la voluntad del movimiento se producen en rigurosa correspondencia mutua.
En ello se manifiesta el nexo interno entre el espacio y el tiempo.

El estudio del campo gravitacional en la teoría general de la relatividad condujo a un descubrimiento más profundo aún de la dependencia del espacio y del tiempo respecto de la materia en movimiento. Se estableció que cuanto mayor es la masa de los cuerpos que se encuentran en el espacio y cuanto mayor es, por consiguiente, el campo gravitacional, tanto más se apartan las propiedades reales del espacio de las propiedades expresadas en la geometría de Euclides.
Este apartamiento es denominado en física «torcedura» (o «curvatura») del espacio. La curvatura del espacio está determinada, pues, por la magnitud, la distribución y el movimiento de las masas materiales, por la tensión del campo de gravitación. Al cambiar el campo gravitacional se modifican las propiedades tanto del espacio como del tiempo. El campo de gravitación cambia el correr del tiempo, su ritmo. Cuanto mayores son las masas materiales y cuanto más fuerte es el campo gravitacional, tanto más lento es el transcurso del tiempo. Además, el espacio y el tiempo no cambian independientemente el uno del otro, sino en estrecha conexión de acuerdo con una ley plenamente definida.

El nexo orgánico del espacio y del tiempo con la materia y con el movimiento de ésta, descubierto por la teoría de la relatividad, ofrece una prueba científico-natural de la realidad objetiva del espacio y del tiempo, de su independencia respecto de la conciencia, del sujeto cognoscente.

El postulado que proclama la conexión del espacio y del tiempo entre sí y con la materia ha pasado a ser una idea directriz de la ciencia moderna.

Sin tomar en consideración el nexo del espacio y del tiempo entre sí y con la materia en movimiento es imposible comprender los procesos físicos que se producen con velocidades próximas a la de la luz ni los relacionados con grandes valores de energía.
La dependencia de las propiedades del tiempo y del espacio respecto de la materia se ve confirmada no sólo por los datos de la física, sino por los de otras ciencias, [93] en particular, de la biología. Por ejemplo, el estudio de las formas espaciales de la materia viva muestra que a ésta le son inherentes tipos propios, especiales, de simetría que no poseen los cuerpos de la naturaleza inorgánica.

Como sabemos, la materia, al desarrollarse, engendra nuevas y nuevas formas, a las que son inherentes regularidades particulares. Y de conformidad con ello, surgen nuevas relaciones de espacio y tiempo. Por consiguiente, el espacio y el tiempo, como la materia misma, están subordinados a la gran ley universal del ser: la ley del desarrollo.

El espacio y el tiempo tienen un carácter contradictorio interno. Esta contradicción se manifiesta en que ambos son, por naturaleza, absolutos y, a la vez, relativos. Son absolutos como formas objetivas universales de existencia de la materia, fuera de las cuales es imposible el ser de ningún cuerpo material. Son relativos, ya que sus propiedades concretas están condicionadas por las propiedades de la materia mutable. Es una contradicción el hecho de que el tiempo y el espacio representen la unidad de lo infinito y lo finito: la infinitud del espacio se forma de las dimensiones finitas de los distintos objetos materiales, y la infinitud del tiempo, de las duraciones finitas de los diversos procesos materiales. El espacio y el tiempo son continuos y, a la vez, discontinuos (discretos). El espacio es continuo en el sentido de que entre dos de sus elementos, cualesquiera que sean y tomados por propia voluntad (grandes o pequeños, muy próximos o muy lejanos), existe siempre realmente un elemento de los que une en una dimensión espacial única. Dicho de otro modo: entre los elementos de la dimensión espacial no hay ninguna separación o desmembración absoluta, sino que pasan de uno a otro. De la misma manera, el tiempo es continuo en el sentido de que entre dos de sus intervalos, cualesquiera que sean, existe siempre realmente una duración temporal que une esos intervalos en un torrente único de sucesión temporal. La discontinuidad del espacio y del tiempo consiste en que ambos están compuestos de elementos que se distinguen por sus propiedades internas, por una estructura que corresponde a la diferencia cualitativa de los propios objetos y procesos materiales. 

El desarrollo de las ciencias naturales modernas, la penetración de la ciencia en el micromundo, en el terreno  de las dimensiones submicroscópicas y de los intervalos extraordinariamente pequeños de duración temporal, permite revelar rasgos del espacio y del tiempo que no poseen a escala macroscópica. Se plantea el problema de unas propiedades completamente nuevas del espacio y del tiempo, de los cuantos («partículas» especiales) del espacio y del tiempo, de los nuevos tipos de simetría que les son inherentes, de la modificación de su «capacidad informativa», &c. Todo ello muestra que el principio de la inagotabilidad de la materia en profundidad, desarrollado por Lenin, concierne no sólo a las propiedades físicas y a la estructura interna de los objetos materiales, sino también a las propias relaciones de espacio y tiempo en que se basa esa estructura. Con otras palabras: igual que la materia, el espacio y el tiempo son inagotables.
Casi todas las ciencias estudian de una u otra forma las relaciones de espacio y de tiempo. Así, en biología se colocan en primer plano los problemas del ritmo en los diversos subsistemas de los organismos vivos («reloj biológico»), de la asimetría en la estructura espacial de las moléculas de la sustancia viva. 

Hoy, en la vida de la sociedad vemos una aceleración del ritmo de desarrollo, y en una misma unidad de tiempo físico caben cada vez más descubrimientos tecnocientíficos y cambios sociales. La tarea más importante del décimo plan quinquenal, la de mejorar la calidad y la eficiencia de la producción y la administración, planteada por el XXV Congreso del PCUS, implica el aumento de la productividad del trabajo y el logro de los mismos o mejores resultados en relativamente menos tiempo y partiendo del moderno nivel de desarrollo de la ciencia y la técnica.

4. La unidad del mundo
La unidad material del mundo se llegó a comprender como resultado del desarrollo milenario de la ciencia y la práctica. En tiempos estaba extendidísima la contraposición de los mundos terrenal y celestial. En el último se instalaba a todos los bienaventurados, se tenía por eterno, imperecedero, a diferencia de la materia perecedera. El desarrollo de la astronomía, de la física y de las otras ciencias ha refutado esas creencias. Se han conocido las leyes del movimiento de los planetas y los otros cuerpos cósmicos y analizado su composición química. Ha resultado que la sustancia más extendida en el Cosmos es el hidrógeno, cuya parte constituye más del 98 % de la masa de todos los astros y galaxias. Uno aproximadamente del dos por ciento restante corresponde al helio, y el otro uno a todos los demás elementos. (Proporciones distintas de los elementos en la Tierra y en otros planetas del sistema solar se explican por las condiciones especiales de su formación y evolución.)
En la remota Antigüedad cristalizó ya, y alcanzó gran difusión bajo el influjo de la religión, la idea de que, además del mundo material conocido por todos, existe otro mundo inmaterial, en el que se alojan «los espíritus», «la razón suprema», «la voluntad suprema», etcétera.
La ciencia llegó paso a paso a demostrar que la idea de que existían dos mundos diferentes era equivocada. El mundo es único. El mundo material real —al que pertenecemos también nosotros, con nuestra conciencia, con nuestros sentidos, sensaciones y representaciones— es el único mundo que existe verdaderamente.
Las leyes del movimiento de la materia, descubiertas en las condiciones terrenales, se manifiestan asimismo en el Cosmos. Tomando por base el desarrollo de la física y de la química, se ha logrado predecir de manera fidedigna estados de la materia que no se dan en la Tierra ni en el sistema solar, como son los estados superdensos de la sustancia y las estrellas neutrónicas y explicar a grandes rasgos la naturaleza de la energía de las estrellas y las etapas de su evolución. El intenso proceso de integración de las ciencias coadyuva a formar un cuadro científico natural único del mundo como materia en movimiento y desarrollo.
Los filósofos fideístas dedujeron siempre la unidad del mundo de la voluntad rectora de Dios. A juicio de ellos fue Dios quien creó este mundo, y él es su última sustancia. Dios fue quien predeterminó la concatenación universal y el desarrollo de todos los fenómenos. De esta interpretación de la unidad del mundo es de donde arranca el neotomismo contemporáneo, que no niega la realidad objetiva ni la existencia de la materia, sino que las conceptúa de realidad secundaria con relación a la realidad suprema, que es Dios.
En el sistema del idealismo objetivo de Hegel, la unidad del mundo se entendía en el sentido de que todos los fenómenos del mundo son forma del distinto ser de la idea absoluta en autodesarrollo, por el cual se sobreentiende la razón divina universal.
Pero la concepción fideísta del mundo no hizo avanzar ni un paso al conocimiento, puesto que reducía una incógnita a otra, más intrincada aún, a la voluntad de Dios, al espíritu absoluto, &c. A los sabios que pensaban con sentido de la realidad no les satisfacía esa «explicación» y procuraban descubrir las causas materiales naturales de todos los fenómenos, deducirlas de las leyes objetivas de la naturaleza. En consecuencia, obtuvo poderoso impulso el desarrollo de las ciencias naturales, en las que se dio a conocer consecuentemente la unidad material del mundo y la determinación natural de todos los fenómenos.
En las obras de los insignes materialistas del pasado —Demócrito, Epicuro, Lucrecio Caro, Francisco Bacon, Tomás Hobbes, Mijaíl Lomonósov, Pablo Holbach, Dionisio Diderot, Luis Feuerbach, Nicolás Chernyshevski y Alejandro Herzen— se estudió profundamente la doctrina de la unidad material del mundo, de su cambio y desarrollo eternos, del origen natural de todo lo vivo de la Tierra y de la sociedad. Ahora bien, estos pensadores no pudieron explicar de una manera materialista consecuente las fuerzas propulsoras ni las leyes del desarrollo de la sociedad, reduciéndolas a impulsos ideales de los hombres. Este defecto del materialismo precedente fue superado por completo en la filosofía marxista. Marx y Engels crearon el materialismo dialéctico y el materialismo histórico, concepción monista consecuente en la que se da a conocer desde posiciones únicas de fidelidad a los principios la esencia de los fenómenos naturales y sociales. La sociedad, como producto supremo del desarrollo de la naturaleza, es una forma organizada en el aspecto social de la materia.
El monismo dialéctico materialista da una explicación natural y de conjunto de la naturaleza y la sociedad y sirve de base metodológica para descubrir la esencia de todos los fenómenos nuevos, antes desconocidos.
Algunos filósofos del pasado, que trataban de ser materialistas y rechazaban la idea del mundo ultraterrenal, intentaban demostrar la unidad del mundo partiendo, o bien de la afirmación de que es imaginado por nosotros como único, o bien de que existe. Semejante posición fue sustentada por Eugenio Dühring, cuyas opiniones, que significaban un abandono del materialismo, criticó Engels en su obra Anti-Dühring, Engels mostró que ambos argumentos eran falsos. En efecto, si el mundo es único sólo por el hecho de que nuestra idea de él es única, ello significa que el pensamiento es determinante con relación al mundo. Pero no es el mundo el que refleja las propiedades del pensamiento, sino al revés: es el pensamiento el que refleja las propiedades del mundo. Nuestro pensamiento puede vincular en «la unidad» un cepillo para el calzado y un mamífero, pero no por eso, como decía Engels, le saldrán glándulas mamarias al cepillo. De la misma manera, de la afirmación de que el mundo existe no se deduce aún que es único, pues el concepto de existencia (ser) puede tener las interpretaciones más diversas, tanto materialistas como idealistas. Se puede admitir también como existente lo contenido sólo en la conciencia (tal es la idea de «la existencia» del mundo ultraterrenal), y no únicamente lo que hay fuera e independientemente de ella. Así pues el simple reconocimiento de la existencia del mundo no proporciona una idea justa de su unidad.
«La unidad del mundo —subraya Engels— no consiste en su ser, aunque su ser es una premisa de su unidad, ya que el mundo tiene ante todo que ser, para ser una unidad [...] La unidad real del mundo consiste en su materialidad, que no tiene su prueba precisamente en unas cuantas frases de prestidigitador, sino en el largo y penoso desarrollo de la filosofía y las ciencias naturales.» F. Engels. Anti Düring. (C. Marx y F. Engels. Obras
El sistema heliocéntrico creado por Copérnico fue uno de los jalones más importantes en la cognición de la unidad material del mundo. Hasta Copérnico predominó la idea de que el centro del universo era la Tierra, alrededor de la cual se encontraba «la esfera celeste», con sus cuerpos celestes «ideales» —el Sol, los planetas, la Luna y las estrellas—, cuya perfección se manifiesta en la rigurosa esfericidad de su forma y en la limpieza absoluta de la superficie. En la Tierra, se decía, todo es pasajero, perecedero, mientras que en la esfera celeste todo es eterno e inmutable. Copérnico refutó estas ideas al crear la doctrina heliocéntrica. Demostró que la Tierra no es, ni mucho menos, el centro del universo, sino sólo uno de los planetas que se incluía antes en la esfera celeste «ideal». Resultó, pues, que la contraposición del «mundo terrenal» al «mundo celestial» carecía de toda base.
La obra iniciada por Copérnico la continuaron Galileo y Giordano Bruno. Cuando Galileo construyó el primer telescopio y lo dirigió hacia el cielo, hizo un descubrimiento que pasmó a todos sus contemporáneos: la Luna, que era considerada uno de los cuerpos celestes «ideales», no tiene en absoluto una forma esférica perfecta y está cubierta de depresiones, valles y montañas semejantes a las que hay en la superficie de la Tierra. Galileo descubrió también que en la superficie del Sol existen manchas de la forma más irregular. Giordano Bruno demostró que en el espacio infinito del universo —allí donde, según afirman los teólogos, se encuentra únicamente «el mundo celestial ideal»— están diseminados innumerables mundos materiales como nuestro mundo terrenal.
El descubrimiento de las leyes de la mecánica y de la ley de la gravitación universal aportó nuevas pruebas de esta verdad. Los defensores de la idea de los dos mundos diferentes afirmaban que el movimiento de los cuerpos terrestres y celestes está subordinado a leyes distintas por principio. Consideraban un sacrilegio la idea no sólo de la identidad, sino incluso de la semejanza de estas leyes. Newton demostró, realizando con ello una gran hazaña científica, que las leyes de la mecánica de los cuerpos terrestres y celestes son las mismas; que es la misma, por su naturaleza, la fuerza que obliga a todos los cuerpos carentes de apoyo a caer a la Tierra, que obliga a la Luna a moverse alrededor de la Tierra y que obliga a los planetas, incluida la Tierra, a girar alrededor del Sol. Resultó que absolutamente todos los cuerpos del mundo infinito están unidos por una interacción material, única por su esencia, que no reconoce ninguna división en mundo terrestre y mundo celeste.
El empleo del análisis espectral —que permite estudiar la composición química de los cuerpos por el carácter de la luz que emiten cuando se encuentran en estado gaseoso incandescente— tuvo gran importancia para refutar la idea de los dos mundos. Cada elemento químico tiene su grupo especial de líneas (espectro). Las investigaciones efectuadas por medio del análisis espectral han demostrado que los cuerpos celestes están integrados, en lo fundamental, de los mismos elementos químicos que la Tierra. Estas investigaciones han reafirmado más todavía la gran idea de la unidad material del mundo.
Pero aun en el caso de que los científicos hubieran descubierto en cualquier cuerpo celeste un elemento que no exista en la Tierra, eso no habría significado una alteración de la unidad material del mundo. No se trata de que en todos los astros y en todas las galaxias existan los mismos elementos químicos, sino de que todos los elementos —independientemente de que existan o no en todas partes— son unas u otras variedades de la materia, que poseen propiedades fundamentales iguales y se subordinan a las leyes naturales objetivas.
Los átomos de todos los elementos químicos son sistemas materiales, compuestos de partículas elementales del mismo tipo (protones, neutrones y electrones) y que tienen la misma estructura. Los rasgos principales de esta estructura se manifiestan en la existencia, en dichos elementos: a. de núcleo central compuesto de partículas elementales más pesadas y que por ello contiene la parte mayor de la masa del átomo; b. de una envoltura estratiforme que lo rodea, compuesta de partículas elementales más ligeras; c. de cargas eléctricas contrarias en el núcleo y en la envoltura. Por consiguiente, los átomos de los elementos químicos son únicos por su composición y su estructura. A ello está vinculado el hecho de que toda su diversidad no sea una acumulación de cuerpos que existen casualmente, sino un conjunto de objetos materiales concatenados internamente y unidos, en particular, por el sistema periódico, por la ley periódica general que descubrió D. Mendeléiev.
Al contraponer el «mundo celestial» al «mundo terrenal», los teólogos afirmaban que en la Tierra todo es mutable, todo llega a su fin tarde o temprano, mientras que en el cielo todo es inmutable, imperecedero. Pero ¿dónde están la eternidad e inmutabilidad de los cuerpos del mundo celestial? Las ciencias naturales han demostrado que el sistema de cuerpos celestes denominado sistema solar no ha sido siempre, ni mucho menos, como es ahora. Tiene su historia. Tampoco las estrellas son inmutables. Muchas de ellas se encienden y se apagan. Surgen y perecen sistemas estelares enteros.
El movimiento eterno, el cambio, es inherente a todo, y no existe ningún mundo especial que no se someta a esta ley del ser. Sin embargo, donde desaparecen unas formas de la materia, surgen ineluctablemente otras nuevas que empiezan su propia historia.
Ninguna partícula de la materia, ni siquiera la más minúscula, desaparece sin dejar huella ni surge de la nada: la materia no hace más que transformarse de una forma en otra, sin perder jamás sus propiedades fundamentales. Por ejemplo, si desaparece un objeto material con una masa determinada, aparecen obligatoriamente otro u otros materiales con una masa igual a la del cuerpo desaparecido. En todos los procesos de transformación de los átomos permanece invariable la carga eléctrica total. En ésta, como en otras leyes semejantes de la naturaleza, se manifiesta la eternidad de la materia.
La indestructibilidad y la increabilidad de la materia y de su movimiento se expresan en la ley de la conservación y transformación de la energía, que desempeña un importante papel en la confirmación de la unidad material del mundo. Gracias a esta ley, señaló Engels, «se han borrado hasta las últimas huellas de un creador del universo al margen de él». Nada puede comunicar ningún movimiento a un cuerpo material, incluso al más minúsculo, excepto la influencia real de otro cuerpo material, que le transmite total o parcialmente su propio movimiento. En virtud de esta ley, todos los procesos forman una cadena única, en la que no hay ni puede haber nada que no haya sido engendrado por la materia. En ninguna parte, en ningún fenómeno de la naturaleza y de la sociedad, hay ni puede haber acciones que partan de un misterioso «mundo inmaterial» y que testimonien su existencia. Todo tiene sus causas naturales, que radican en estos o aquellos cuerpos materiales, en sus acciones y propiedades. La ciencia explica el mundo material a partir de él mismo y no necesita de ninguna esencia sobrenatural al margen de la naturaleza.
Hubo un tiempo en que los hombres ignoraban en qué consistía la esencia de la vida. Las peculiaridades de los organismos vivos, que los diferencian tan extraordinariamente de la naturaleza inorgánica, sirvieron de pretexto a algunos pensadores para afirmar que la base de la vida es cierta «fuerza vital» inmaterial que dirige todos los procesos en los organismos vivos. En particular, los idealistas declararon que la transformación de la materia inorgánica en orgánica —que tiene lugar en los animales y las plantas— es resultado de la actividad de esa «fuerza vital». Pero las ciencias naturales demostraron que la esencia de la vida es un proceso material de metabolismo, que transcurre de una manera singular y está subordinado a las leyes de la conservación de la masa y la energía, las cuales actúan también en toda la naturaleza restante.
En otros tiempos se desconocía el origen del hombre. Y eso dio motivo a que se formulara la idea de que ciertas fuerzas inmateriales habían creado el hombre por medio de un «milagro». Sin embargo, llegó un momento en que se dio a este problema una solución auténticamente científica, que excluía la concepción religiosa sobre las fuerzas inmateriales y el misterioso mundo sobrenatural. Esa solución fue iniciada con la doctrina evolucionista de Carlos Darwin. Por su parte, el marxismo hizo una aportación decisiva al esclarecimiento de este problema, demostrando el papel que había desempeñado el trabajo para destacar al hombre del mundo animal.
Los fenómenos de la conciencia se distinguen radicalmente, por su carácter, de todos los fenómenos materiales. Esta diferencia es aprovechada por los idealistas para declarar carente de base la idea de la unidad material del mundo. Pero como veremos en el capítulo siguiente, la conciencia, aun no siendo material, es producto suyo y no existe sin ella. Los fenómenos de la conciencia no forman ningún mundo singular que se encuentre fuera del mundo material, por encima de él e independiente de él. Y, por consiguiente, no rompen la unidad material del mundo. Lo único que hacen es demostrar cuán polifacética y completa es esta unidad, que incluye una gran variedad de formas de la materia en movimiento y una cantidad infinita de sus diversas cualidades y propiedades.
La vida de la sociedad humana, su historia, la actividad de los hombres y el progreso social son declarados con frecuencia producto de las prescripciones de «la voluntad divina» o resultado de la acción de ciertas ideas, situadas, supuestamente, por encima de la realidad material y que predominan sobre esta última. El materialismo histórico ha probado la falsedad de esas opiniones, poniendo al desnudo las leyes objetivas y las causas materiales del desarrollo de la sociedad.
Para argumentar la tesis que proclama la unidad del mundo tiene importancia decisiva establecer el carácter universal del nexo que existe entre todas las formas de la materia, cualitativamente diferentes, y de las correspondientes formas del movimiento. Este nexo de las diferentes formas de la materia y de las diferentes formas del movimiento ha existido, existe y existirá siempre y en todas partes. En el mundo jamás ha existido, existe ni existirá en parte alguna nada que no sea materia en movimiento o que no haya sido engendrado por la materia en movimiento. En eso consiste precisamente la unidad del mundo. 
El mundo es material. Es único, eterno e infinito. Y el propio hombre, su producto superior en la Tierra, es una parte del gran todo denominado naturaleza.
La unidad del mundo no puede reducirse a la homogeneidad de su composición físico-química o a la subordinación de todos los fenómenos a las mismas leyes conocidas de la física. En virtud de la acción de la ley universal del paso de los cambios cuantitativos a cualitativos, cada cualidad concreta existe entre determinados límites de medida a escalas finitas de espacio y tiempo. No se la puede extrapolar (extender) al infinito. Por eso toda teoría científica concreta tiene también una esfera limitada de aplicación. La verdad es siempre concreta. Cualquier teoría científica concreta tiene también una esfera limitada de aplicación. La verdad es siempre concreta. Cualquier teoría científica es ineludiblemente un sistema abierto de conocimientos.
La materia es de una variedad infinita en sus manifestaciones. Cuando cambian (aumentan o disminuyen) las proporciones de espacio y tiempo, en determinadas etapas, se producen ineludiblemente cambios cualitativos en las propiedades parciales, en las formas de organización estructural y en las leyes de movimiento de la materia. Muchas leyes del micromundo son distintas, en cualidad, de las leyes de los fenómenos macroscópicos, y a la escala gigantesca del Universo existen procesos y estados singulares, insólitos, de la materia, y aún está por crear la teoría que los explique.
Así y todo, pese a las diferencias cualitativas y a la inagotabilidad estructural de la materia, el mundo es uno. Esta unidad se manifiesta a escala global en que la materia y sus atributos son absolutos, sustanciales y eternos; en que todos los sistemas materiales y niveles estructurales están concatenados entre sí y se condicionan mutuamente; en que la determinación de sus propiedades es natural; y en que las formas de transformación recíproca de la materia en movimiento son muy variadas y corresponden a las leyes universales de conservación de la materia y a sus propiedades fundamentales.
La unidad del mundo se manifiesta asimismo en el desarrollo histórico de la materia, en el surgimiento de formas más complejas de materia y de movimiento basadas en formas relativametne menos complejas. Se manifiesta, por último, en la acción de las leyes dialécticas universales del ser que se revelan en la estructura y en el desarrollo de todos los sistemas materiales.
Manifestaciones locales de la unidad del mundo son la homogeneidad de la composición físico-quimica de los cuerpos, la comunidad de sus leyes cuantitativas de movimiento, el parecido de la estructura y de las funciones de los sistemas, la semejanza de las propiedades, que hacen posible modelar los sistemas y procesos complejos, basándose en fenómenos más simples con el fin de obtener mueva información del mundo.
La doctrina dialéctica materialista del mundo sobre la materia y las formas de su existencia constituye el cimiento de la filosofía marxista-leninista, la base de la concepción monista, integral del mundo. Reviste inmensa importancia metodológica para la ciencia contemporánea y contribuye a la integración de las ciencias y a la elaboración de una interpretación integral del mundo como materia en movimiento y desarrollo.

{F. Konstantinov y coautores. Fundamentos de la filosofía marxista-leninista. Parte I. Materialismo dialéctico. Academia de Ciencias de la URSS. Editorial Pueblo y Educación, La Habana. Este libro, en tus manos de estudiante, es instrumento de trabajo para construir tu educación. Cuídalo. Tomado de la edición de la Editorial de Ciencias Sociales. Cuarta reimpresión 1988.) [El capítulo III que aquí se ofrece ocupa las páginas 55 a 85.]}

1 comentario:

  1. Me gustó el artículo, me clarificó varios de los conceptos sobre todo el de material como categoría filosófica.

    Patricia Hdez

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