F.
Konstantinov &c.
La filosofía
marxista arranca del reconocimiento de la existencia de la realidad
objetiva, de la materia en eterno movimiento y desarrollo. ¿Qué es, pues, la
materia y cuáles son sus formas principales de existencia?
1. Concepto filosófico
de la materia
En el mundo
circundante observamos una cantidad infinita de objetos y fenómenos que poseen
las propiedades más diversas. ¿Qué representan todos esos objetos y fenómenos, cuál
es su base? El materialismo y el
idealismo dieron una respuesta diametralmente opuesta a esta pregunta, que
surgió ya en el período de formación de la filosofía.
Desde el punto de
vista de los filósofos idealistas, la base de todos los objetos y fenómenos del
mundo es cierta sustancia ideal: la voluntad divina, la razón universal, la
idea absoluta, etcétera. Por ejemplo, en el sistema filosófico de Hegel, el
mundo es la forma de realización, de su ser-otro de la idea absoluta, de cierto
principio racional e ideal divinizado, que en el proceso de autodesarrollo
conoce su propia esencia por medio de la naturaleza y de la historia humana.
Una concepción análoga del mundo es propia también de numerosos representantes
del idealismo objetivo. Por su parte, los idealistas subjetivos consideran los
objetos del mundo exterior como algo derivado del mundo interior del hombre: de
sus sensaciones, percepciones, etcétera. «Pues ¿qué son dichos objetos —declara
el filósofo inglés Berkeley— sino las cosas que percibimos por medio de los
sentidos? ¿Y qué percibimos nosotros sino nuestras propias ideas o sensaciones?»
«Para mí es totalmente incomprensible cómo puede hablarse de la existencia
absoluta de las cosas sin relacionarlas con alguien que las perciba.» Los
razonamientos de Berkeley fueron repetidos, en el fondo, por el físico y
filósofo austríaco Mach, así como por el filósofo suizo Avenarius y sus
continuadores, cuyas opiniones criticó Lenin en el libro Materialismo y
empirocriticismo. Los adeptos de Mach (machistas) reducían los objetos a
una suma de propiedades, a las que dieron la denominación de elementos, los
cuales eran considerados, en resumidas cuentas, como sensaciones.
La concepción idealista del mundo ofrece un cuadro falso, desfigurado,
de la realidad. En oposición a eso, los representantes de la filosofía
materialista han tendido siempre a la explicación natural, racional, de los
fenómenos. Engels señaló que el materialismo como doctrina significa comprender
la naturaleza tal y como es, sin ningún aditamento. Desde el punto de vista de
esa doctrina, que se basa en toda la práctica socio-histórica de la humanidad,
el mundo que nos rodea no es otra cosa que la materia en movimiento en sus
distintas formas y manifestaciones. En el mundo no hay nada que no sea una
forma concreta de la materia, un determinado estado o propiedad de ella, un
producto de su mutación, de su desarrollo regular. Hasta las ideas y los
conceptos más abstractos, sin hablar ya de las sensaciones y percepciones, son
resultado de la actividad de un órgano material (el cerebro humano) y un
reflejo de las propiedades de los objetos materiales. El concepto de materia
como única base universal de todo lo existente, de todos los objetos y
fenómenos de la realidad, expresa la esencia más general del mundo.
La concepción científica del mundo se ha desarrollado en estrecha
conexión con el perfeccionamiento de las nociones acerca de la materia, de sus
propiedades fundamentales y de las leyes que rigen su movimiento. En la filosofía
materialista y en las ciencias naturales anteriores a Marx se formularon muchas
tesis profundas acerca de la materia, que conservan su valor en el conocimiento
contemporáneo. Nos referimos, ante todo, a la tesis de que la materia es la
base sustancial universal de todos lo fenómenos, no ha sido creada por nadie,
es indestructible, eterna en el tiempo e infinita en el espacio y tiene
existencia objetiva, independientemente de la conciencia. Los materialistas
premarxistas, en primer lugar los materialistas franceses del siglo XVIII,
argumentaron las tesis de que la materia y el movimiento son inseparables, de
que el movimiento es un atributo importantísimo, una forma de existencia de la
materia. Enfocaron todos esos fenómenos de la naturaleza en su concatenación y
condicionalidad mutua, subordinados a leyes naturales e inmutables. Los
filósofos materialistas del pasado se basaban en la idea de la cognoscibilidad
absoluta de la materia, de la posibilidad de que el hombre comprenda sus
propiedades y sus leyes, por muy complejas y excepcionales que parezcan.
Todos estos principios de la cosmovisión materialista forman parte del
contenido del materialismo dialéctico y de las ciencias naturales modernas.
Al mismo tiempo, los representantes del materialismo premarxista, que
reflejaba el estado de las ciencias naturales de su época, formularon no pocas
tesis metafísicas y especulativas acerca de la materia, que fueron refutadas
por el desarrollo posterior de la ciencia. En
primer lugar, admitían la existencia en el mundo de una sustancia material
primaria e inmutable como portadora o «puntal» de todas las propiedades que se
observan en los fenómenos. Consideraban que si bien los objetos pueden surgir y
desaparecer, experimentar diversos cambios y transformarse uno en otro, la
sustancia es homogénea e invariable en su base y sólo se modifican sus formas
externas. A menudo se identificaba la sustancia con los átomos, que eran
considerados indivisibles, carentes de estructura e inmutables. Se suponían que
los átomos eran elementos primarios e indestructibles del mundo, que sólo
podían unirse, separarse y cambiar su situación en el espacio, determinando así
toda la diversidad cualitativa de fenómenos en el mundo. De este modo, la idea
de la inmutabilidad de los átomos se identificaba con la idea de la materia
como base sustancial del mundo, y el principio filosófico general de la
conservación de la materia se identificaba con el principio de
indestructibilidad de los átomos.
La idea de la homogeneidad cualitativa de la sustancia material sirvió
de base al cuadro mecanicista del mundo. Las leyes de la mecánica de Newton
eran consideradas como leyes universales de la naturaleza, como principios
fundamentales del ser que condicionan todas las demás leyes de la naturaleza y
de la sociedad. No se negaba la existencia de los procesos químicos, biológicos
y sociales, pues eso habría estado en contradicción con los datos sensoriales,
empíricos; pero paralelamente se admitía que por cuanto todos los cuerpos están
formados de átomos, subordinados a las leyes de la mecánica, todas las formas
de movimiento se reducen, en última instancia, al movimiento mecánico de los
átomos. De ahí se deducía que si se consiguiera descomponer mentalmente
cualquier cuerpo en átomos, determinar la situación y la velocidad de éstos y
hacer la ecuación de su movimiento, se podría comprender por completo cualquier
fenómeno, incluso las peculiaridades de nuestra conciencia y de los procesos
sociales.
Marx y Engels hicieron un profundo análisis crítico de la estrechez
metafísica y mecanicista del materialismo precedente. Basándose en los
descubrimientos de las ciencias naturales de mediados del siglo XIX, elaboraron
la doctrina materialista dialéctica de la materia y de las leyes a que están
sujetos sus cambios. Esta doctrina tuvo una importancia capital para crear un
cuadro del mundo cualitativamente nuevo. Las bases de la visión mecanicista del
mundo se vieron minadas también por la revolución operada en las ciencias
naturales a fines del siglo XIX y comienzos del XX: el desarrollo de la teoría
del campo electromagnético, el descubrimiento de la radiactividad y de la
estructura compleja de los átomos, del cambio de la masa de los cuerpos al
aumentar la velocidad de su movimiento, &c. Sin embargo, la imposibilidad
de utilizar las leyes mecánicas para explicar los nuevos fenómenos descubiertos
fue interpretada por los filósofos idealistas como una violación del principio
de la conservación de la materia como una prueba de que la materia
«desaparece». Identificando las concepciones materialistas con el cuadro
mecanicista del mundo, declararon que el materialismo había sido refutado.
La realidad es que los nuevos descubrimientos testimoniaban precisamente
la falsedad de los principios metafísicos de explicación del mundo. Al rebatir
la concepción mecanicista, confirmaron la veracidad de la doctrina materialista
dialéctica de la materia. «Desde luego —decía Lenin—, es del todo absurdo decir
que el materialismo tenga por "menor" la realidad de la conciencia o
afirme forzosamente el cuadro mecánico y no el electromagnético, ni cualquier
otro cuadro infinitamente más complejo del mundo, como materia en movimiento. La destructibilidad del átomo, su inagotabilidad, la
variabilidad de todas las formas de la materia y de su movimiento han sido siempre
el pilar del materialismo dialéctico.»
Apoyándose en los
datos de la ciencia acerca de la heterogeneidad estructural y la inagotabilidad
de la materia, así como sobre la diversidad de las leyes de su movimiento,
Lenin formuló una definición filosófica generalizada de la materia. «La materia
—dijo— es una categoría filosófica que sirve para designar la realidad objetiva
que es dada al hombre en sus sensaciones, que es copiada, fotografiada,
reflejada por nuestras sensaciones y existente independientemente de
ellas.»
Esta definición de la
materia está ligada íntimamente a la solución materialista del problema supremo
de la filosofía. En ella se indica la fuente objetiva de nuestro conocimiento,
que es la materia, y su cognoscibilidad. Al mismo tiempo, a diferencia de los
sistemas filosóficos, precedentes, el materialismo dialéctico no reduce la
materia a cualquiera de sus variedades: partículas de sustancia, cuerpos
percibidos sensorialmente, &c. La materia, toda la multitud infinita de los
más diferentes objetos y sistemas que existen y se mueven en el espacio y en el
tiempo, tienen una diversidad inagotable de propiedades. Nuestros órganos de
los sentidos pueden percibir sólo una parte insignificante de todas las formas
de la materia realmente existentes; pero gracias a la construcción de aparatos
e instrumentos de medición cada día más perfectos, el hombre amplía sin cesar
los límites del mundo conocido.
La definición leninista de
la materia no abarca sólo los objetos conocidos por la ciencia moderna, sino
también los que puedan se descubiertos en el futuro. En eso precisamente reside
su gran importancia metodológica. Cualquier objeto o fenómeno realmente
existente en el mundo puede ser reflejado por la conciencia humana. Por cierto,
no está excluido que las propiedades concretas de los objetos nuevamente
estudiados resulten insólitas en extremo y no se parezcan a las propiedades de
los objetos pertenecientes a la esfera del experimento habitual. Así, las
partículas elementales que ha descubierto la ciencia se diferencian
cualitativamente por sus propiedades de los cuerpos macroscópicos con que tiene
relación el hombre en su vida cotidiana, y esto profundiza de una manera
esencial nuestras nociones de la materia.
En la filosofía
premarxista se admitía la existencia de la sustancia material primaria e
inmutable como un «puntal» sui-géneris de los distintos objetos y de sus
propiedades. El materialismo dialéctico rechaza la existencia de ese tipo de
sustancia. «La "esencia" de las cosas o la "sustancia"
—decía Lenin— también son relativas; no expresan más que la
profundización del conocimiento que el hombre tiene de los objetos, y si esta
profundización no fue ayer más allá del átomo y hoy no pasa del electrón o del
éter, el materialismo dialéctico insiste en el carácter temporal, relativo,
aproximado, de todos esos jalones del conocimiento de la naturaleza por
la ciencia humana en progreso. El electrón es tan inagotable como el átomo, la
naturaleza es infinita...»
Cualquier forma de la materia tiene una estructura compleja, una
diversidad infinita de propiedades y nexos internos y externos. De conformidad
con ello, toda teoría científica del mundo tendrá inevitablemente un carácter
no cerrado, estará abierta para adiciones y perfeccionamientos ulteriores.
Antes se opinaba que los elementos más simples eran los átomos, pero después se
comprobó que están compuestos de partículas elementales. El desarrollo sucesivo
del conocimiento permitirá, sin duda, penetrar en niveles estructurales más
profundos de la materia. Por eso, el concepto de sustancia ha cambiado
cualitativamente su sentido en la filosofía marxista.
El materialismo dialéctico, que rechaza la existencia de la «materia
primaria» como esencia última e inmutable, reconoce la sustancialidad de la materia
sólo en el sentido de que precisamente ella (y no la conciencia, no algo
sobrenatural) es la facultad base universal de las distintas propiedades de los
fenómenos y determina la unidad del mundo circundante.
En relación con ello debe hablarse del doble sentido del concepto de lo
material como se emplea en las obras filosóficas. Con este concepto se define
tanto una especie concreta de materia (por ejemplo, el átomo, la partícula
elemental, &c.) como una propiedad determinada de ella (por ejemplo, el movimiento,
el espacio, la energía, &c.). En el sentido gnoseológico,
teórico-cognoscitivo, lo material se contrapone a lo ideal, a la conciencia del
hombre.
En la vida cotidiana se identifica frecuentemente el concepto de materia
con el de sustancia, se reduce la materia a la base sustancial, «corporal».
Pero en realidad la sustancia, en el sentido lato de la palabra, comprende
únicamente los cuerpos que poseen masa final en reposo, es decir, una masa que
puede ser medida en estado de reposo relativo de los cuerpos. Al mismo tiempo
existen formas y tipos de materia que no son en modo alguno sustancia (por
ejemplo, el campo electromagnético). A
esas formas y tipos no le es inherente la masa en reposo, tienen lo que se
denomina masa en movimiento, que depende de la energía de sus partículas
(cuantos). Son posibles también otras formas de la materia completamente diferentes
a las que conoce hoy la ciencia moderna.
Algunas veces, al caracterizar uno y otro objeto o cosa, se los
considera sólo como un conjunto de propiedades diversas. También en este caso, la materia es reducida, en el
fondo, a una suma de propiedades. Pero no se puede diluir la materia en las
propiedades. Estas últimas jamás existen de por sí, sin una base material, y son
siempre inherentes a objetos concretos.
La materia posee
siempre una organización determinada, existe en forma de sistemas materiales
concretos. Se denomina sistema a la multitud, organizada y ordenada
internamente, de elementos concatenados de manera estrecha. En el
sistema, la conexión entre los elementos que lo componen es más firme, estable
e internamente necesaria que el nexo de cada uno de ellos con el medio
circundante, con los elementos de otros sistemas. El cambio de uno de los
elementos del sistema origina cierto cambio de sus otros elementos.
La división en
sistemas y elementos es relativa. Todo sistema puede ser elemento de un ente
mayor aún, del que forma parte. De la misma manera, un elemento será un sistema
si se considera su estructura interna, sus nexos internos. Pero esta
relatividad no convierte el concepto de sistema en algo subjetivo, inventado
por el hombre para clasificar los fenómenos con mayor comodidad. Los sistemas existen objetivamente como entes íntegros
ordenados: la Galaxia, los astros, el sistema solar, la Tierra (como planeta),
las moléculas, los átomos, &c. Hay tipos distintos de sistemas biológicos y
sociales. La cognición de la materia se realiza sólo a través del estudio de
sus propiedades y de las formas concretas de su sistema de organización.
Las formas y especies
principales de la materia pueden clasificarse por una serie de rasgos, cada uno
de los cuales expresa un enfoque determinado del estudio de la materia. Con el
enfoque más general se pueden distinguir: la materia inorgánica (sistema del
reino mineral), la materia orgánica o viva (todos los sistemas biológicos) y la
materia socialmente organizada (el hombre y los distintos tipos de sistemas
sociales). Entre los sistemas biológicos y sociales sólo conocemos los que se
hallan representados en la Tierra, aunque está fuera de toda duda que en otros
sistemas planetarios del universo infinito en que existan condiciones físicas y
químicas favorables es también posible la vida altamente organizada como
resultado del autodesarrollo regular de la materia.
Todas las formas indicadas de la materia pueden clasificarse asimismo
por sus rasgos estructurales, descubriendo de qué están compuestas. Se trata,
en primer término, de la sustancia: conjunto de micropartículas, cuerpos
macroscópicos y sistemas cósmicos, que tienen una masa final en reposo. La
sustancia comprende los correspondientes núcleos atómicos, partículas
elementales, átomos, moléculas, objetos inorgánicos macroscópicos, organismos
vivos, sistemas técnicos creados por el hombre, astros, galaxias y sistemas
galácticos.
En la actualidad se
han descubierto ya más de trescientas variedades de partículas elementales,
incluidas las llamadas resonancias, que surgen mediante las interacciones de
partículas de gran energía y se desintegran rápidamente en partículas estables.
A la mayoría de las partículas conocidas corresponden antipartículas (opuestas
a ellas por el signo de su carga eléctrica o por algunas otras propiedades): al
electrón, el positrón; al protón, el antiprotón, etcétera.
El surgimiento de
sistemas complejos y de grandes masas a partir de las antipartículas es
posible, en principio, sólo en el caso de que estén ausentes las formas
habituales de la sustancia, ya que si las partículas chocan con las
antipartículas, unas y otras desaparecen («se anihilan»), transformándose en
fotones (cuantos del campo electromagnético) o en mesones de gran energía.
Hasta ahora no se han descubierto grandes masas de sustancias compuestas de
antipartículas. No obstante, la posibilidad de que existan en el universo
dimana de las leyes de la física moderna, probadas en la experiencia, así como
de la existencia de las propias antipartículas, que surgen durante las
interacciones de las partículas de gran energía y desaparecen rápidamente. En
las obras de ciencias naturales, las grandes masas hipotéticas de sustancias
compuestas de antipartículas son denominadas con frecuencia «antimundo»,
«antimateria» y «antisustancia». Pero la verdad es que el mundo es único y no existe un
antípoda suyo, y el concepto de materia abarca todas las formas de la realidad
objetiva.
La diferencia entre las partículas y las antipartículas es muy relativa
y afecta sólo algunas propiedades parciales de la materia, como el signo de la
carga eléctrica, el momento magnético, &c. En cambio, muchas otras
propiedades suyas son iguales. Son iguales también las leyes de la acción
recíproca nuclear, electromagnética y gravitacional y, por consiguiente, las
leyes que rigen la formación de las distintas combinaciones químicas, de los
sistemas cósmicos y, por lo visto, de la evolución bioquímica de la sustancia.
En los sistemas construidos de antipartículas, el tiempo se medirá sólo de lo
pasado a lo futuro, por cuanto ese orden viene determinado por la
irreversibilidad de las relaciones de causa y efecto y del proceso general de
desarrollo de la materia. De ahí que en lugar de usar los términos «antimundo»,
«antimateria» y «antisustancia» para designar las mencionadas formas
hipotéticas de la materia, sea más correcto emplear el término de «sustancia de
antipartículas», pues la masa última en reposo que caracteriza la sustancia es
propia también de todas las antipartículas (excepto del antineutrino).
Entre las formas insustanciales de la materia figura, como hemos dicho
ya, el campo electromagnético (una de cuyas variedades es la luz), cuyos
cuantos jamás existen en estado de reposo y se mueven siempre con la velocidad
de la luz (diferente en las distintas esferas sustanciales). Son muchos los
datos teóricos que permiten considerar el campo gravitacional como una forma
especial de la materia, aunque todavía no se ha obtenido una demostración
experimental de la existencia de los gravitones: los cuantos de ese campo.
Hablando estrictamente, tampoco se puede incluir en la sustancia partículas
elementales como el neutrino y el antineutrino de distintos tipos, cuya acción
recíproca con la sustancia es débil y que poseen una ingente capacidad de
penetración. Arrebatan una cantidad considerable de energía a las estrellas,
impregnan todo el espacio que nos rodea y su papel en el desarrollo general de
la materia en el universo debe ser muy grande, aunque todavía no ha sido
descubierto en plena medida.
En nuestros días ha empezado a penetrarse en la estructura de las
partículas más elementales, que ha resultado ser muy original y diferente a la
estructura de todos los demás sistemas materiales. Se confirma plenamente la sabia previsión de Lenin
sobre la inagotabilidad de los objetos del micromundo y la infinitud de la
materia en profundidad.
La doctrina materialista
dialéctica sobre la materia y las leyes de su existencia sirve de base
metodológica para efectuar investigaciones científicas, elaborar una concepción
científica y cabal del mundo e interpretar los descubrimientos de la ciencia
acorde a la realidad. Debe señalarse, además, que esta doctrina se perfecciona
sin cesar, se profundiza con el progreso del conocimiento científico y se
forman nuevas categorías y leyes que reflejan en un grado cada día mayor la
realidad, la cual será siempre más compleja que todas nuestras nociones de
ella, incluso las más perfectas.
2. El movimiento y sus formas principales
Al conocer el mundo que nos rodea, vemos que en él no hay nada
absolutamente inmóvil e inmutable, que todo está en movimiento y pasa de unas
formas a otras. En todos los objetos materiales tiene lugar el movimiento de
las partículas elementales, de los átomos y las moléculas; cada objeto se
encuentra en acción recíproca con el mundo circundante, y esta interacción
lleva implícito movimiento de uno y otro tipo. Cualquier cuerpo, incluso el que
se halla en reposo con relación a la Tierra, se mueve junto con ella alrededor
del Sol y junto con el Sol, respecto a otros astros de la Galaxia; esta última
se desplaza con relación a otros sistemas estelares, &c. El equilibrio, el
reposo y la inmovilidad absolutos no existen en ninguna parte; todo reposo y
todo equilibrio son relativos, son un estado determinado del movimiento.
Tomado en su aspecto más general, el movimiento es idéntico a todo cambio,
a cualquier transición de un estado a otro. El movimiento es un atributo
universal, una forma de existencia de la materia. En el mundo no puede haber
materia sin movimiento, de la misma manera que no hay movimiento sin materia.
La materia, que está vinculada indisolublemente al movimiento y posee
actividad interna, no necesita de ningún impulso divino externo para ser puesta
en movimiento (precisamente esta concepción metafísica del «primer impulso» fue
defendida en su tiempo por algunos filósofos metafísicos, que consideraban la
materia como una masa inerte, estancada).
La materia es la portadora de todos los cambios, la base sustancial de
todos los procesos que se operan en el mundo; el movimiento separado de la
materia, «el movimiento puro», no existe. Los representantes del energetismo
(en primer lugar el naturalista alemán Guillermo Ostwald, cuyas opiniones
criticó Lenin en el libro Materialismo y empirocriticismo) admitían la
existencia del movimiento sin la materia. Consideraban que la única base de
todos los cambios es la «energía pura», separada de la materia y transformada
en algo inmaterial. En realidad, la
energía es una propiedad de la materia que representa la medida cuantitativa
del movimiento y expresa la capacidad de los sistemas materiales de efectuar
una labor determinada a partir de los cambios internos. La energía no existe al
margen de la materia y se manifiesta siempre únicamente junto con otras
propiedades de los cuerpos materiales.
(Algunos científicos
contemporáneos razonan también en el espíritu del energetismo y sacan
conclusiones idealistas de la transformación de las partículas y antipartículas
(mediante su acción recíproca) en cuantos del campo electromagnético (fotones).
Según ellos, se produce la aniquilación («anihilación») de la materia, su
transformación en «energía pura». Pero, como sabemos ya, el campo
electromagnético no puede ser reducido a la energía: es una forma, una variedad
de la materia. La transformación de las partículas y antipartículas en fotones
no significa la «anihilación» de la materia, sino su paso de unas formas a
otras en conformidad estricta con las leyes de la conservación de la masa, de
la energía, del momento cinético, del espín (del momento intrínseco de rotación
de las partículas), de la carga eléctrica y de algunas otras propiedades).
Algunos científicos
contemporáneos razonan también en el espíritu del energetismo y sacan
conclusiones idealistas de la transformación de las partículas y antipartículas
(mediante su acción recíproca) en cuantos del campo electromagnético (fotones).
Según ellos, se produce la aniquilación («anihilación») de la materia, su
transformación en «energía pura». Pero, como sabemos ya, el campo
electromagnético no puede ser reducido a la energía: es una forma, una variedad
de la materia. La transformación de las partículas y antipartículas en fotones
no significa la «anihilación» de la materia, sino su paso de unas formas a
otras en conformidad estricta con las leyes de la conservación de la masa, de
la energía, del momento cinético, del espín (del momento intrínseco de rotación
de las partículas), de la carga eléctrica y de algunas otras propiedades.
En la naturaleza
existe una cantidad infinita de sistemas materiales cualitativamente distintos,
cada uno de los cuales posee un movimiento específico. La ciencia moderna sólo
conoce una pequeña parte de estos movimientos, que pueden ser subdivididos en
una serie de formas fundamentales del movimiento. Entre estas últimas figuran
conjuntos de procesos y cambios de la materia que son inherentes a los objetos
materiales del mismo tipo, tienen distintos rasgos comunes y se subordinan a
algunas leyes generales (distintas para las diferentes formas del movimiento).
La clasificación de
las formas fundamentales del movimiento corresponde un gran mérito a Federico
Engels, quien en su obra Dialéctica de la naturaleza distinguió las
formas físicas, químicas, biológicas y sociales del movimiento y analizó su
contenido. Señaló que en el mundo existen formas del movimiento como la
traslación mecánica, el calor, la luz, la electricidad y el magnetismo, el
movimiento químico, biológico (la vida) y social, en el cual incluía también el
pensamiento. Esta clasificación conserva su valor en nuestros días. Parte del
principio del desarrollo histórico de la materia y de la irreductibilidad
cualitativa de las formas superiores del movimiento a las inferiores. Durante
los cien años transcurridos desde entonces, la ciencia ha descubierto
muchísimos fenómenos nuevos en el micromundo y el cosmos, en la esfera
biológica y en la social, que han ampliado en grado sustancial nuestras
nociones acerca de las formas fundamentales del movimiento.
Entre estas formas
destacaremos, en primer lugar, las que tienen un carácter muy general y se
observan en los más diversos niveles estructurales de la materia, en todas las
magnitudes de tiempo y espacio conocidas. Una de ellas es la traslación
en el espacio, que acompaña a todo cambio. Esta traslación puede ser uniforme,
acelerada, rectilínea, giratoria y oscilatoria, seguir trayectorias
determinadas y realizarse sin trayectorias. Tiene asimismo un carácter bastante
general el movimiento gravitacional, que es un proceso de interacción de todos
los cuerpos conocidos por medio del campo de gravitación. Esta acción recíproca determina la formación de todos
los sistemas cósmicos, la unión de grandes masas de sustancia. En la naturaleza
se manifiesta también ampliamente la forma electromagnética del movimiento, que
incluye todos los procesos de interacción con participación del campo electromagnético.
Las interacciones electromagnéticas condicionan la unión de las partículas
elementales en átomos, la de los átomos en moléculas y la de estas últimas en
cuerpos macroscópicos.
Debe mencionarse, además,
la forma de movimiento peculiar únicamente de la estructura de los núcleos
atómicos y de las partículas elementales. Todos los tipos de energía nuclear
son manifestaciones particulares de esta forma del movimiento. La
redistribución de las conexiones entre los átomos en las moléculas y de la
reestructuración de las capas electrónicas de los átomos en las moléculas
origina un proceso de transformación de unos átomos en otros y de formación de
moléculas. Este proceso constituye la forma química del movimiento.
Las formas del
movimiento de los microobjetos siguen actuando en sistemas materiales más
complejos. Ahora bien, las propiedades y leyes a que está sujeto el cambio de los
sistemas más complejos no se reducen a las propiedades y leyes del cambio de
los sistemas pequeños y de las micropartículas que los componen. Estas
diferencias caracterizan la originalidad cualitativa de las formas del
movimiento que corresponden a dichos sistemas.
A escala macroscópica y cósmica son características formas del
movimiento como el calor, la mutación de las fases de las sustancias, los
procesos de cristalización, los cambios estructurales en los cuerpos sólidos,
en los líquidos, en los gases y en el plasma. La forma geológica del movimiento
incluye un conjunto de procesos físico-químicos relacionados con la formación
de minerales de toda índole y otras sustancias sometidas a grandes temperaturas
y presiones. En las estrellas se manifiestan asimismo formas de movimiento como
las reacciones termonucleares autosostenidas, la formación de elementos
químicos (sobre todo en los fulgores de estrellas novas y supernovas). Cuando
las masas y densidades de los objetos cósmicos son muy grandes, puede haber
procesos del tipo del colapso gravitatorio y del paso del sistema al estado
superdenso, en el cual su campo de gravitación no deja de escapar ya partículas
de sustancia ni emisión electromagnética. A
escala del megamundo somos testigos de la grandiosa ampliación de la
Metagalaxia que, por lo visto, es una etapa aparte de la forma de movimiento de
este gigantesco sistema material. A cada nivel estructural de la materia
aparecen formas propias de movimiento y funcionamiento de los sistemas
materiales respectivos.
Las formas biológicas
del movimiento comprenden los procesos que se operan dentro de los organismos
vivos y en los sistemas de éstos: familias y colonias de organismos, especies,
biogeocenosis y toda la biosfera. La vida es el modo de existencia de los
cuerpos albuminoideos y ácidos nucleicos. Su contenido son el metabolismo
incesante entre el organismo y el medio exterior, los procesos y reglexión y
autorregulación orientados a la autodefensa y la reproducción de los
organismos.
{Biogeocenosis: conjunto de alguna especies de animales y plantas
que pueblan determinado sector del medio, juntamente con sus condiciones naturales
de existencia. Biosfera: conjunto de todos los organismos vivos del planeta
que habitan en el aire, el agua, la tierra o los estratos de ésta.}
Todos los organismos vivos
son sistemas abiertos. Al intercambiar constantemente sustancia y energía con
el medio circundante, el organismo vivo recrea sin cesar su estructura y sus
funciones y las mantiene en una estabilidad relativa. El metabolismo, que
origina una autorrenovación ininterrumpida de la composición celular de los
tejidos, tiene por base las leyes de la autorregulación y dirección que actúan
en los organismos vivos, los procesos de reflejo interno y externo por los
sistemas vivos de sus condiciones de existencia.
La vida es un sistema de formas de movimiento y comprende procesos de
interacción, cambio y desarrollo en los sistemas biológicos supraorgánicos: las
colonias de organismos y especies, las biocenosis, las biogeocenosis y toda la
biosfera.
La etapa superior de
desarrollo de la materia en la Tierra es la sociedad humana, con las formas sociales
de movimiento que le son inherentes. Estas formas se complican sin cesar a
medida que progresa la sociedad. Comprenden todas las manifestaciones de la
actividad concreta de los hombres, todos los cambios sociales y tipo de acción
recíproca entre los diversos sistemas sociales: desde el individuo hasta el
Estado y la sociedad en su conjunto. Todos los procesos de reflexión de la
realidad en las nociones, conceptos y teorías son también una manifestación de
las formas sociales del movimiento.
Entre las diversas
formas de movimiento de la materia existe una estrecha interrelación, que se
manifiesta, sobre todo, en el desarrollo histórico de la materia y en el
surgimiento de las formas superiores del movimiento a partir de las
relativamente inferiores. Esas formas superiores llevan en sí, transformadas,
muchas formas inferiores que las precedieron y fueron la base de su
surgimiento. Por ejemplo, el funcionamiento del organismo humano se basa en la
acción recíproca de las formas físicas, químicas y biológicas del movimiento,
que se hallan en él en unidad indisoluble; al mismo tiempo, el hombre se
manifiesta como sujeto portador de las formas sociales del movimiento.
Al estudiar la interrelación de las formas del movimiento tiene
importancia evitar, por un lado, que se aísle las formas superiores de las
inferiores y, por otro, que se reduzcan mecánicamente las primeras a las
segundas.
Si se separa las formas superiores de las inferiores será imposible
dilucidar su origen. En biología, por ejemplo, dicha separación condujo al vitalismo.
Según esta concepción idealista, la actividad vital de todos los organismos
está condicionada por algunos factores inmateriales implícitos en ellos —una
«fuerza vital», una «entelequia», &c.—, a los que se atribuía, en definitiva
un origen divino. La ciencia asestó un golpe al vitalismo al descubrir las
leyes del surgimiento histórico de la vida y la condicionalidad de sus procesos
por las formas físico-químicas del movimiento.
Reducir las formas superiores del movimiento a las inferiores significa
desconocer la especificidad cualitativa de estas formas. Pero en los procesos
sociales existen rasgos y peculiaridades específicos que no son inherentes a
los biológicos, y cualesquiera que sean las formas biológicas del movimiento
que estudiemos, no podremos en modo alguno deducir de ellas las leyes de los
fenómenos sociales. De la misma manera, las formas biológicas del movimiento no
pueden reducirse a las formas físicas y químicas.
El desprecio de la diferencia cualitativa entre las formas superiores
del movimiento y las inferiores conduce al mecanicismo. Este surge
cuando se intenta reducir las formas superiores del movimiento a las inferiores
sin tomar en consideración todas las formas precedentes e intermedias. Por
ejemplo, a veces se identifica el pensamiento con los procesos informativos que
tienen lugar en las máquinas cibernéticas, no viendo el hecho fundamental de
que todos los procesos en los sistemas cibernéticos son resultado de las formas
físicas del movimiento. En cambio, el pensamiento se basa en la interacción de
las más complejas formas biológicas y sociales del movimiento, es producto del
desarrollo social y, por ello, no puede ser comprendido fuera del estudio de lo
que se refleja en el cerebro humano.
El conocimiento de la interrelación entre las formas del movimiento
tiene gran importancia metodológica para revelar la unidad material del mundo y
las peculiaridades del desarrollo histórico de la materia. La investigación de
las peculiaridades y leyes del ser de la materia coincide, en medida
considerable, con el estudio de las peculiaridades de su movimiento a distintos
niveles y grados estructurales del desarrollo. El esclarecimiento de la
especificidad cualitativa de las distintas formas de movimiento de la materia y
de su conexión recíproca es importante también para clasificar las ciencias que
estudian estas formas del movimiento y comprender los complejos procesos que se
producen en la cognición científica contemporánea (aparición de nuevas ramas
del saber, empleo de los métodos de unas ciencias en otras, &c.).
Es importante aclarar las leyes de la interdependencia de las formas del
movimiento para conocer la esencia de la vida y otras formas superiores de
movimiento y modelar las funciones de los sistemas complejos, incluido el
cerebro humano, en sistemas técnicos más complicados cada día. El progreso de
la ciencia y la técnica ofrece en esta dirección perspectivas inabarcables.
3. El espacio y el tiempo
Todo objeto tienen extensión: es largo o corto, ancho o estrecho, alto o bajo. Cada cosa se encuentra entre las demás en un sitio o
en otro. Los cuerpos poseen volumen, tal o cual forma externa. Cada forma de
movimiento de la materia está vinculada necesariamente a la traslación de los
cuerpos. En todo ello se manifiesta el hecho de que los cuerpos y los objetos
existen en el espacio, de que el espacio es condición cardinal del movimiento
de la materia.
El espacio es una forma real objetiva de existencia de la materia en
movimiento. El concepto de espacio expresa la coexistencia de las cosas y la
distancia entre ellas, su extensión y el orden en que están situadas unas
respecto de otras.
Los procesos materiales transcurren con cierta sucesión (unos antes o después
que otro), se distinguen por su duración y tienen fases o etapas que se
diferencian entre sí. Esto significa que los cuerpos existen en el tiempo.
El hecho de que las diferentes fases no coinciden en el tiempo y estén
separadas por un intervalo es condición cardinal de la existencia de esos
procesos. El movimiento de la materia es imposible fuera del tiempo.
El tiempo es una forma real objetiva de existencia de la materia en movimiento.
Caracteriza la sucesión del desenvolvimiento de los procesos materiales, la
distancia entre las distintas fases de estos procesos, su duración y su
desarrollo.
«En el universo —decía Lenin— no hay más que materia en movimiento, y la
materia en movimiento no puede moverse de otro modo que en el espacio y en el
tiempo.» V. I. Lenin. Materialismo y
empirocriticismo.
Ningún objeto material puede existir solamente en el espacio y no ser en el
tiempo, o ser en el tiempo y no encontrarse en el espacio. Siempre y en todas
partes, cualquier cuerpo existe en el espacio y en el tiempo. Esto significa
que el espacio y el tiempo están vinculados orgánicamente.
Los filósofos idealistas niegan la
realidad objetiva del espacio y del tiempo. Opinan que son algo que existe
en la conciencia humana o gracias a la conciencia, engendrado por el espíritu.
Kant, por ejemplo, considera el espacio y el tiempo como formas apriorísticas
de la contemplación sensorial, condicionadas por la propia naturaleza de
nuestra conciencia. Para Mach, el espacio y el tiempo no son más que sistemas
ordenados de series de nuestras sensaciones. En la filosofía de Hegel, el
espacio y el tiempo son productos de la idea absoluta y surgen en un
determinado grado de desarrollo de ésta, apareciendo primero el espacio y sólo
después el tiempo.
Toda la experiencia de la vida humana y
el progreso de la ciencia refutan las nociones idealistas del espacio y del
tiempo. ¿Puede, acaso, aceptarse que el espacio y el tiempo son productos de la
conciencia, del espíritu, de la idea, o que existen sólo en la conciencia,
cuando, como prueban las ciencias naturales, la Tierra existía en el espacio y
se desarrollaba en el tiempo muchos millones de años antes de que apareciera el
hombre, con su conciencia, su espíritu y sus ideas? Lenin adujo este hecho para
demostrar la insolvencia de las opiniones idealistas sobre el espacio y el
tiempo. «La existencia de la naturaleza en el tiempo, medido en millones de
años, en épocas anteriores a la aparición del hombre y de la experiencia
humana, demuestra lo absurdo de esa teoría idealista.»
El espacio y el tiempo, como formas reales de existencia de la materia, se
caracterizan por una serie de peculiaridades. Primero, son objetivos, existen
fuera e independientemente de la conciencia. Segundo, son eternos, por cuanto
la materia existe eternamente. Tercero, el espacio y el tiempo son ilimitados e
infinitos.
La ilimitación del espacio significa que cualesquiera que sean la dirección en
que nos movamos y la distancia a que nos alejemos del punto inicial, jamás ni
en parte alguna habrá un límite que sea imposible rebasar. La ilimitación y la
infinitud son características diferentes del espacio. El espacio del Universo
es no sólo ilimitado, sino infinito. Por enorme que sea uno u otro sistema
cósmico (por ejemplo, la Galaxia, gigantesco conglomerado estelar al que
pertenece nuestro Sol), es parte integrante de un sistema mayor aún. La ciencia
penetra cada día más lejos en el Universo infinito. Los aparatos astronómicos
modernos permiten ver las distancias que la luz recorre en 13.000 millones de
años. Pero, naturalmente, tampoco son un límite. Por muy lejos que estén de
nosotros tales o cuales sistemas siderales, tras ellos hay nuevos conglomerados
gigantescos de cuerpos celestes, extensiones inmensas de sistemas cósmicos. La
infinitud del espacio es la infinidad del volumen de todo el conjunto
incalculable de cuerpos materiales del Universo.
¿Qué significan la ilimitación y la infinidad del tiempo? Por mucho tiempo que
transcurra hasta un momento determinado, el tiempo seguirá prolongándose sin
alcanzar jamás un límite tras el que no haya ninguna duración, ningún número
infinito de procesos que se sucedan y formen, en conjunto, la duración infinita
no limitada por nada. De la misma manera, cualquier acontecimiento, por mucho
tiempo que haya transcurrido desde que se produjo, fue precedido de una
cantidad innumerable de otros acontecimientos que poseen en conjunto una
duración infinita. A la vez, el tiempo es irreversible, no vuelve a sí mismo,
no se repite, sino que pasa por nuevos y nuevos instantes.
A veces se esgrime como argumento contra la noción de la infinitud del espacio
y del tiempo un fenómeno denominado «desplazamiento hacia el rojo» de los
espectros. Las observaciones astronómicas han mostrado que, por regla general,
los espectros (es decir, los conjuntos de líneas de colores obtenidos al
descomponerse un rayo de luz) de las nebulosas que se encuentran fuera de
nuestra Galaxia se desplazan un tanto hacia las grandes longitudes de onda de
las líneas espectrales rojas (de ahí la denominación de «desplazamiento hacia
el rojo»). Este desplazamiento puede tener su origen, en particular, en que la
fuente de luz y el aparato que capta esa luz (receptor) se alejan la una del
otro a cierta velocidad. Dicho desplazamiento es tanto más considerable cuanto
mayor es la velocidad con que se alejan la fuente de luz y el receptor. Y como
hasta ahora no se ha encontrado ninguna otra explicación satisfactoria del
desplazamiento de los espectros de las nebulosas hacia el rojo, los científicos
tratan de explicar este fenómeno diciendo que las nebulosas se dispersan, «se
alejan» de nuestra Galaxia a una velocidad proporcional, aproximadamente, a la
distancia. Dicho de otro modo: cuando más lejos se encuentra la nebulosa, con
tanta mayor rapidez «se aleja». De esta teoría (denominada teoría de «la
expansión del universo») se saca a veces la conclusión de que, en tiempos
remotos, el universo estuvo concentrado en un volumen extraordinariamente
pequeño, en una especie de «átomo primigenio», que en cierto momento inicial
del tiempo empezó de pronto a ensancharse. Ello dio lugar a que comenzara
también «la expansión del espacio», que era al principio infinitesimal. Se
intenta también explicar este proceso con un espíritu francamente religioso:
como la creación del «átomo primigenio» por Dios, por voluntad del cual comenzó
también «la expansión». Semejante aserto, cuya insolvencia es evidente, se
halla en contradicción directa con los datos que posee la ciencia. Los modelos
matemáticos de «expansión del universo» de que se dispone afectan problemas tan
importantes como la naturaleza y la esencia de la infinitud, la relación entre
lo finito y lo infinito, &c. A la par con ello, en dichos modelos se tantea
de una manera preliminar en extremo un aspecto de la conducta de cierto
fragmento del universo, pero no dan fundamento para emitir juicios categóricos
sobre la verdadera estructura espacial y temporal de todo el universo.
Hemos dicho ya que el espacio y el tiempo son formas de existencia de la
materia. Pero son formas diferentes. Aun
poseyendo propiedades comunes, se distinguen considerablemente.
Como señalaba Engels, ser en el espacio significa existir «en la forma de
situación de una cosa al lado de otra», mientras que ser en el tiempo significa
existir «en la forma de sucesión de una cosa después de otra» ( F. Engels.
Dialéctica de la Naturaleza. (C. Marx y F. Engels. Obras).
Una
peculiaridad importante del espacio consiste en que tiene tres dimensiones. En
efecto, si en cualquier punto del espacio se trazan dos rectas en la dirección
que se quiera, siempre se podrá trazar una tercera línea perpendicular a ambas,
y esta tercera recta será única. La tridimensionalidad del espacio se
manifiesta asimismo en que la posición de cualquier punto en él puede ser
determinada señalando la distancia existente entre dicho punto y tres planos
coordinados, cualesquiera que sean, elegidos como sistema de cálculo. Todo
cuerpo material, por cuanto posee un volumen determinado, es obligatoriamente
tridimensional.
El espacio se caracteriza asimismo por las propiedades de la simetría. Objetos
materiales iguales —partículas, por ejemplo— pueden ser situados en el espacio
de tal modo que una mitad del espacio que ocupan sea como la imagen de la otra
mitad reflejada en un espejo; pueden ser situadas también de tal modo que una
parte del espacio que ocupan parezca el resultado de un viraje de la otra mitad
a un ángulo determinado, &c. Esto significa que las partículas tienen
cierta simetría. La ciencia ha demostrado
que existe una multitud de variadísimos grupos espaciales de simetría. La
propiedad de la simetría es tan esencial para el espacio como la existencia en
él de tres dimensiones.
En las matemáticas y en la física teórica se introduce con frecuencia la noción
de los llamados «espacios pluridimensionales», cuyo número de dimensiones es
muy grande e incluso infinito. ¿No contradice esta noción la tesis de la
tridimensionalidad del espacio? No, no la contradice. El espacio real,
objetivo, en que existen todos los cuerpos es el espacio con tres dimensiones.
En cambio, el «espacio pluridimensional» es una abstracción, utilizada por la
ciencia, que ayuda a abarcar mentalmente el conjunto de un número mayor o menor
de magnitudes que no caracterizan de modo obligatorio sólo la dimensión, sino
también otras propiedades de los objetos estudiados, v. gr., su color. Estos
conjuntos (multitudes) de magnitudes son denominados «espacios» porque entre
ellos existen relaciones que recuerdan por la forma las que tienen lugar entre
los elementos del espacio tridimensional real: dicho con otras palabras, son
«semejantes al espacio». Y esto permite extender a ellos muchos postulados de
la geometría y estudiarlos más a fondo.
Algunos idealistas aprovechan la
introducción en la ciencia de la noción de los «espacios pluridimensionales»
para tratar de «demostrar» que los cuerpos pueden existir fuera del espacio.
Según su punto de vista, en tanto que los seres humanos y todos los cuerpos
corrientes se encuentran en tres dimensiones. «Los seres espirituales»,
incorpóreos, «los espíritus», se sitúan en magnitudes del espacio inaccesibles
a los seres comunes. De ahí deducen que «los espíritus» pueden influir en los
procesos materiales y dirigirlos, permaneciendo fuera de nuestras percepciones.
Pero el intento de especular con la noción de los «espacios pluridimensionales»
para refutar el materialismo carece de toda base.
A diferencia del espacio, el tiempo es unidimensional. Esto significa que
cualquier momento del tiempo es determinado por un número, que expresa el
período de tiempo transcurrido hasta ese momento desde otro tomado como
comienzo del cálculo. Todos los acontecimientos siguen una sola dirección: de
lo pasado a lo presente y de lo presente a lo futuro. Esta dirección de los
procesos es objetiva, no depende de la conciencia de los hombres que los
perciben. En el espacio se puede trasladar los cuerpos de la derecha a la
izquierda y de la izquierda a la derecha, de arriba abajo y de abajo arriba,
&c. Pero es imposible volver en el tiempo procesos ligados por nexos
causales, obligarles a ir de lo futuro a lo pasado. El tiempo es irreversible.
En eso se diferencia sustancialmente del espacio.
En las obras modernas de divulgación científica se emplea con frecuencia el
concepto de «mundo cuatridimensional». Este concepto, igual que el de «espacio
pluridimensional», no ofrece ninguna base a las concepciones idealistas. En
física se entiende por «cuatridimensionalidad» del mundo el hecho de que éste
existe no sólo en el espacio (que tiene tres dimensiones), sino también en el
tiempo (que tiene una sola dimensión), y de que todos los procesos reales deben
ser abordados teniendo en cuenta el nexo de ambas formas de existencia de la
materia, cuya suma total de dimensiones es igual a cuatro. En la noción de la física moderna sobre el «mundo
cuatridimensional» no hay ni puede haber nada místico, misterioso.
Nuestras
representaciones del espacio y del tiempo no son inmutable. La ciencia penetra
cada día más profundamente en la estructura espacial-temporal del mundo y
descubre nuevas y nuevas propiedades espaciales y temporales de las cosas. Pero
el cambio de nuestras nociones del espacio y del tiempo no pueden confundirse,
como subraya Lenin, «con la inmutabilidad del hecho de que el hombre y la
naturaleza sólo existen en el tiempo y en el espacio; los seres fuera del
tiempo y del espacio, creados por los curas y admitidos por la imaginación de
las masas ignorantes y oprimidas de la humanidad, son productos de una fantasía
enfermiza, tretas del idealismo filosófico, fruto inservible de un régimen social
malo.». V.
I. Lenin. Materialismo y empirocriticismo.
La tesis de que el espacio y el tiempo son formas de la existencia de la
materia no sólo define su carácter objetivo, real: significa también su nexo
indisoluble con la materia en movimiento. De la misma manera que no hay materia
fuera del espacio y del tiempo, no hay ni puede haber espacio y tiempo sin
materia.
El espacio y el tiempo existen sólo en las cosas materiales, sólo gracias a
ellas. «Por supuesto —señalaba Engels—, estas dos formas de existencia de la
materia sin materia no son nada, son vanas representaciones, abstracciones,
existentes sólo en nuestra cabeza.» { F.
Engels. Dialéctica de la naturaleza. (C. Marx y F. Engels. Obras.} Quienes
separan el espacio y el tiempo de la materia y porfían que ambos existen
aisladamente de la materia, atribuyen una vida autónoma, independiente, a algo
que no es material y que sólo se halla en la conciencia. Mas eso significa
precisamente adoptar las posiciones del idealismo, según el cual los productos
de nuestra actividad mental son esencias independientes. De ahí que Lenin
dijera: «El tiempo fuera de las cosas temporales = Dios». V. I. Lenin.
Cuadernos filosóficos.
El materialismo dialéctico se distingue sustancialmente del materialismo
metafísico por el postulado que proclama el nexo indisoluble del espacio y el
tiempo con la materia. El materialismo metafísico, aun admitiendo la realidad
objetiva del espacio y el tiempo, los considera, no obstante, como esencias
autónomas, como recipientes vacíos independientes de la materia, destinados a
guardar cuerpos y procesos materiales. Como dijo gráficamente el matemático
alemán Weyl, tal opinión equipara el espacio a un «apartamento de alquiler»,
que puede ser ocupado por unos inquilinos o, si éstos no existen, seguir
completamente vacío.
Un punto de vista semejante sustentaba
Isaac Newton, fundador de la mecánica clásica. Para él, el espacio y el
tiempo eran objetivos, pero existían independientemente de la materia en
movimiento, eran inmutables por completo y no estaban vinculados entre sí. Los
denominó «absolutos». Las ideas de Newton acerca del «espacio absoluto» y del
«tiempo absoluto» predominaron [91] en la ciencia hasta comienzos del siglo XX,
cuando, al crearse la teoría de la relatividad, los naturalistas vieron claro,
por fin, que era erróneo desvincular entre sí el espacio y el tiempo y
separarlos de la materia en movimiento.
El matemático ruso N. Lobachevski —uno de los creadores de la geometría no
euclidiana— hizo un gran aporte a la elaboración de las nociones científicas
referentes al nexo del espacio y del tiempo con la materia en movimiento.
Lobachevski demostró que las propiedades del espacio no son inmutables, iguales
siempre y en todas partes, sino que cambian en dependencia de las propiedades
de la materia y de los procesos físicos que tienen lugar en los cuerpos
materiales.
Al cambiar las condiciones materiales, se modifican las formas espaciales, la
dimensión de los objetos y el carácter de las leyes geométricas.
N. Lobachevski creó una geometría completamente nueva, diferente de la creada
por Euclides en la Grecia antigua. Una peculiaridad de esta geometría consiste
en que, en ella, la suma de los ángulos de un triángulo no es constante e igual
a 180º, sino que cambia al modificarse la longitud de sus lados y es siempre
inferior a 180º. Más tarde, Riemann creó otra geometría no euclidiana, en la
que la suma de los ángulos de un triángulo es superior a 180º.
La creación de la geometría no euclidiana, que descubrió el nexo profundo del
espacio con la materia y la condicionalidad de las propiedades del primero por
las propiedades de la segunda, asestó un golpe a las concepciones idealistas
del espacio. Basándose en que la geometría de Euclides había sido inmutable
durante muchos siglos, Kant declaró que el espacio era una forma apriorística
de contemplación, inherente a nuestra conciencia, en la que el sujeto
cognoscente «ordena» la disposición de los fenómenos. La geometría es
inmutable, suponía Kant, precisamente porque el espacio pertenece a la
conciencia del sujeto y no a los fenómenos variables fuera de él. Pero resultó
que la geometría de Euclides no era única, que en dependencia de las
condiciones materiales en el espacio actuaban leyes de geometría completamente
diferentes.
La física moderna profundizó más aún y desarrolló las ideas de Lobachevski. La
teoría de la relatividad, creada por Alberto Einstein, descubrió formas nuevas,
más generales, de conexión del espacio y del tiempo con la materia en
movimiento y entre sí, expresando estos nexos matemáticamente, en leyes
concretas. Una manifestación del nexo del espacio y del tiempo con la materia
en movimiento es el hecho, señalado por vez primera en la teoría de la
relatividad, de que la simultaneidad de los acontecimientos no es absoluta,
sino relativa. Acontecimientos simultáneos con relación a un sistema material,
o sea, en unas condiciones del movimiento, no son simultáneos con relación a
otro sistema material, es decir, en otras condiciones del movimiento.
A este hecho fundamental están vinculadas otras tesis importantes. Resulta que
la distancia entre los cuerpos no es igual en los distintos sistemas materiales
en movimiento: al crecer la velocidad del movimiento, se reduce la distancia
(longitud). De la misma manera, el intervalo de tiempo entre los sucesos,
cualesquiera que sean, es diferente en los distintos sistemas materiales en
movimiento: al aumentar la velocidad, dicho intervalo disminuye. Los
mencionados cambios de las dimensiones espaciales (longitudes) y de los
intervalos de tiempo dependencia de la voluntad del movimiento se producen en
rigurosa correspondencia mutua. En ello
se manifiesta el nexo interno entre el espacio y el tiempo.
El estudio del campo gravitacional en la teoría general de la relatividad
condujo a un descubrimiento más profundo aún de la dependencia del espacio y
del tiempo respecto de la materia en movimiento. Se estableció que cuanto mayor
es la masa de los cuerpos que se encuentran en el espacio y cuanto mayor es,
por consiguiente, el campo gravitacional, tanto más se apartan las propiedades
reales del espacio de las propiedades expresadas en la geometría de Euclides. Este apartamiento
es denominado en física «torcedura» (o «curvatura») del espacio. La curvatura
del espacio está determinada, pues, por la magnitud, la distribución y el
movimiento de las masas materiales, por la tensión del campo de gravitación. Al
cambiar el campo gravitacional se modifican las propiedades tanto del espacio
como del tiempo. El campo de gravitación cambia el correr del tiempo, su ritmo.
Cuanto mayores son las masas materiales y cuanto más fuerte es el campo
gravitacional, tanto más lento es el transcurso del tiempo. Además, el espacio
y el tiempo no cambian independientemente el uno del otro, sino en estrecha
conexión de acuerdo con una ley plenamente definida.
El nexo orgánico del espacio y del tiempo con la materia y con el movimiento de
ésta, descubierto por la teoría de la relatividad, ofrece una prueba
científico-natural de la realidad objetiva del espacio y del tiempo, de su
independencia respecto de la conciencia, del sujeto cognoscente.
El postulado que proclama la conexión del espacio y del tiempo entre sí y con
la materia ha pasado a ser una idea directriz de la ciencia moderna.
Sin tomar en consideración el nexo del espacio y del tiempo entre sí y con la
materia en movimiento es imposible comprender los procesos físicos que se
producen con velocidades próximas a la de la luz ni los relacionados con
grandes valores de energía. La
dependencia de las propiedades del tiempo y del espacio respecto de la materia
se ve confirmada no sólo por los datos de la física, sino por los de otras
ciencias, [93] en particular, de la biología. Por ejemplo, el estudio de las
formas espaciales de la materia viva muestra que a ésta le son inherentes tipos
propios, especiales, de simetría que no poseen los cuerpos de la naturaleza
inorgánica.
Como
sabemos, la materia, al desarrollarse, engendra nuevas y nuevas formas, a las
que son inherentes regularidades particulares. Y de conformidad con ello,
surgen nuevas relaciones de espacio y tiempo. Por consiguiente, el espacio y el
tiempo, como la materia misma, están subordinados a la gran ley universal del
ser: la ley del desarrollo.
El espacio y el tiempo tienen un carácter contradictorio interno. Esta
contradicción se manifiesta en que ambos son, por naturaleza, absolutos y, a la
vez, relativos. Son absolutos como formas objetivas universales de existencia
de la materia, fuera de las cuales es imposible el ser de ningún cuerpo
material. Son relativos, ya que sus propiedades concretas están condicionadas
por las propiedades de la materia mutable. Es una contradicción el hecho de que
el tiempo y el espacio representen la unidad de lo infinito y lo finito: la
infinitud del espacio se forma de las dimensiones finitas de los distintos
objetos materiales, y la infinitud del tiempo, de las duraciones finitas de los
diversos procesos materiales. El espacio y el tiempo son continuos y, a la vez,
discontinuos (discretos). El espacio es continuo en el sentido de que entre dos
de sus elementos, cualesquiera que sean y tomados por propia voluntad (grandes
o pequeños, muy próximos o muy lejanos), existe siempre realmente un elemento
de los que une en una dimensión espacial única. Dicho de otro modo: entre los
elementos de la dimensión espacial no hay ninguna separación o desmembración
absoluta, sino que pasan de uno a otro. De la misma manera, el tiempo es
continuo en el sentido de que entre dos de sus intervalos, cualesquiera que sean,
existe siempre realmente una duración temporal que une esos intervalos en un
torrente único de sucesión temporal. La discontinuidad del espacio y del tiempo
consiste en que ambos están compuestos de elementos que se distinguen por sus
propiedades internas, por una estructura que corresponde a la diferencia
cualitativa de los propios objetos y procesos materiales.
El desarrollo de las ciencias naturales modernas, la penetración de la ciencia
en el micromundo, en el terreno de las
dimensiones submicroscópicas y de los intervalos extraordinariamente pequeños
de duración temporal, permite revelar rasgos del espacio y del tiempo que no
poseen a escala macroscópica. Se plantea el problema de unas propiedades
completamente nuevas del espacio y del tiempo, de los cuantos («partículas»
especiales) del espacio y del tiempo, de los nuevos tipos de simetría que les
son inherentes, de la modificación de su «capacidad informativa», &c. Todo
ello muestra que el principio de la inagotabilidad de la materia en profundidad,
desarrollado por Lenin, concierne no sólo a las propiedades físicas y a la
estructura interna de los objetos materiales, sino también a las propias
relaciones de espacio y tiempo en que se basa esa estructura. Con otras
palabras: igual que la materia, el espacio y el tiempo son inagotables. Casi todas las ciencias estudian de una u otra forma
las relaciones de espacio y de tiempo. Así, en biología se colocan en primer
plano los problemas del ritmo en los diversos subsistemas de los organismos
vivos («reloj biológico»), de la asimetría en la estructura espacial de las
moléculas de la sustancia viva.
Hoy, en la vida de la sociedad vemos una aceleración del ritmo de desarrollo, y
en una misma unidad de tiempo físico caben cada vez más descubrimientos tecnocientíficos
y cambios sociales. La tarea más importante del décimo plan quinquenal, la de
mejorar la calidad y la eficiencia de la producción y la administración,
planteada por el XXV Congreso del PCUS, implica el aumento de la productividad
del trabajo y el logro de los mismos o mejores resultados en relativamente
menos tiempo y partiendo del moderno nivel de desarrollo de la ciencia y la
técnica.
4. La unidad del mundo
La unidad material del
mundo se llegó a comprender como resultado del desarrollo milenario de la
ciencia y la práctica. En tiempos estaba extendidísima la contraposición de
los mundos terrenal y celestial. En el último se instalaba a todos los
bienaventurados, se tenía por eterno, imperecedero, a diferencia de la materia
perecedera. El desarrollo de la astronomía, de la física y de las otras
ciencias ha refutado esas creencias. Se han conocido las leyes del movimiento
de los planetas y los otros cuerpos cósmicos y analizado su composición
química. Ha resultado que la sustancia más extendida en el Cosmos es el
hidrógeno, cuya parte constituye más del 98 % de la masa de todos los astros y
galaxias. Uno aproximadamente del dos por ciento restante corresponde al helio,
y el otro uno a todos los demás elementos. (Proporciones
distintas de los elementos en la Tierra y en otros planetas del sistema solar
se explican por las condiciones especiales de su formación y evolución.)
En la remota
Antigüedad cristalizó ya, y alcanzó gran difusión bajo el influjo de la
religión, la idea de que, además del mundo material conocido por todos, existe
otro mundo inmaterial, en el que se alojan «los espíritus», «la razón suprema»,
«la voluntad suprema», etcétera.
La ciencia llegó paso a paso a demostrar que la idea de que existían dos
mundos diferentes era equivocada. El mundo es único. El mundo material real —al que
pertenecemos también nosotros, con nuestra conciencia, con nuestros sentidos,
sensaciones y representaciones— es el único mundo que existe verdaderamente.
Las leyes del movimiento de la materia, descubiertas en las condiciones
terrenales, se manifiestan asimismo en el Cosmos. Tomando por base el
desarrollo de la física y de la química, se ha logrado predecir de manera
fidedigna estados de la materia que no se dan en la Tierra ni en el sistema
solar, como son los estados superdensos de la sustancia y las estrellas
neutrónicas y explicar a grandes rasgos la naturaleza de la energía de las
estrellas y las etapas de su evolución. El intenso proceso de integración de
las ciencias coadyuva a formar un cuadro científico natural único del mundo
como materia en movimiento y desarrollo.
Los filósofos fideístas
dedujeron siempre la unidad del mundo de la voluntad rectora de Dios. A juicio de ellos
fue Dios quien creó este mundo, y él es su última sustancia. Dios fue quien
predeterminó la concatenación universal y el desarrollo de todos los fenómenos.
De esta interpretación de la unidad del mundo es de donde arranca el neotomismo
contemporáneo, que no niega la realidad objetiva ni la existencia de la
materia, sino que las conceptúa de realidad secundaria con relación a la
realidad suprema, que es Dios.
En el sistema del
idealismo objetivo de Hegel, la unidad del mundo se entendía en el sentido de
que todos los fenómenos del mundo son forma del distinto ser de la idea
absoluta en autodesarrollo, por el cual se sobreentiende la razón divina
universal.
Pero la concepción
fideísta del mundo no hizo avanzar ni un paso al conocimiento, puesto que
reducía una incógnita a otra, más intrincada aún, a la voluntad de Dios, al
espíritu absoluto, &c. A los sabios que pensaban con sentido de la realidad
no les satisfacía esa «explicación» y procuraban descubrir las causas
materiales naturales de todos los fenómenos, deducirlas de las leyes objetivas
de la naturaleza. En consecuencia, obtuvo poderoso impulso el desarrollo de las ciencias
naturales, en las que se dio a conocer consecuentemente la unidad material del
mundo y la determinación natural de todos los fenómenos.
En las obras de los insignes materialistas del pasado —Demócrito,
Epicuro, Lucrecio Caro, Francisco Bacon, Tomás Hobbes, Mijaíl Lomonósov, Pablo
Holbach, Dionisio Diderot, Luis Feuerbach, Nicolás Chernyshevski y Alejandro
Herzen— se estudió profundamente la doctrina de la unidad material del mundo,
de su cambio y desarrollo eternos, del origen natural de todo lo vivo de la
Tierra y de la sociedad. Ahora bien, estos pensadores no pudieron explicar de
una manera materialista consecuente las fuerzas propulsoras ni las leyes del
desarrollo de la sociedad, reduciéndolas a impulsos ideales de los hombres.
Este defecto del materialismo precedente fue superado por completo en la
filosofía marxista. Marx y Engels crearon el materialismo dialéctico y el
materialismo histórico, concepción monista consecuente en la que se da a
conocer desde posiciones únicas de fidelidad a los principios la esencia de los
fenómenos naturales y sociales. La
sociedad, como producto supremo del desarrollo de la naturaleza, es una forma
organizada en el aspecto social de la materia.
El monismo dialéctico
materialista da una explicación natural y de conjunto de la naturaleza y la
sociedad y sirve de base metodológica para descubrir la esencia de todos los
fenómenos nuevos, antes desconocidos.
Algunos filósofos del
pasado, que trataban de ser materialistas y rechazaban la idea del mundo
ultraterrenal, intentaban demostrar la unidad del mundo partiendo, o bien de la
afirmación de que es imaginado por nosotros como único, o bien de que existe.
Semejante posición fue sustentada por Eugenio Dühring, cuyas opiniones, que
significaban un abandono del materialismo, criticó Engels en su obra Anti-Dühring,
Engels mostró que ambos argumentos eran falsos. En efecto, si el mundo es
único sólo por el hecho de que nuestra idea de él es única, ello significa que
el pensamiento es determinante con relación al mundo. Pero no es el mundo el
que refleja las propiedades del pensamiento, sino al revés: es el pensamiento
el que refleja las propiedades del mundo. Nuestro pensamiento puede vincular en
«la unidad» un cepillo para el calzado y un mamífero, pero no por eso, como
decía Engels, le saldrán glándulas mamarias al cepillo. De la misma manera, de
la afirmación de que el mundo existe no se deduce aún que es único, pues el
concepto de existencia (ser) puede tener las interpretaciones más diversas,
tanto materialistas como idealistas. Se puede admitir también como existente lo
contenido sólo en la conciencia (tal es la idea de «la existencia» del mundo
ultraterrenal), y no únicamente lo que hay fuera e independientemente de ella. Así pues el simple
reconocimiento de la existencia del mundo no proporciona una idea justa de su
unidad.
«La unidad del mundo
—subraya Engels— no consiste en su ser, aunque su ser es una premisa de su
unidad, ya que el mundo tiene ante todo que ser, para ser una unidad
[...] La unidad real del mundo consiste en su materialidad, que no tiene su
prueba precisamente en unas cuantas frases de prestidigitador, sino en el largo
y penoso desarrollo de la filosofía y las ciencias naturales.» F. Engels. Anti
Düring. (C. Marx y F. Engels. Obras
El sistema heliocéntrico
creado por Copérnico fue uno de los jalones más importantes en la cognición de
la unidad material del mundo. Hasta Copérnico predominó la idea de que el
centro del universo era la Tierra, alrededor de la cual se encontraba «la
esfera celeste», con sus cuerpos celestes «ideales» —el Sol, los planetas, la
Luna y las estrellas—, cuya perfección se manifiesta en la rigurosa esfericidad
de su forma y en la limpieza absoluta de la superficie. En la Tierra, se decía,
todo es pasajero, perecedero, mientras que en la esfera celeste todo es eterno
e inmutable. Copérnico refutó estas ideas al crear la doctrina heliocéntrica.
Demostró que la Tierra no es, ni mucho menos, el centro del universo, sino sólo
uno de los planetas que se incluía antes en la esfera celeste «ideal». Resultó,
pues, que la contraposición del «mundo terrenal» al «mundo celestial» carecía
de toda base.
La obra iniciada por Copérnico la continuaron Galileo y Giordano Bruno.
Cuando Galileo construyó el primer telescopio y lo dirigió hacia el cielo, hizo
un descubrimiento que pasmó a todos sus contemporáneos: la Luna, que era
considerada uno de los cuerpos celestes «ideales», no tiene en absoluto una
forma esférica perfecta y está cubierta de depresiones, valles y montañas
semejantes a las que hay en la superficie de la Tierra. Galileo descubrió
también que en la superficie del Sol existen manchas de la forma más irregular.
Giordano Bruno demostró que en el espacio infinito del universo —allí donde,
según afirman los teólogos, se encuentra únicamente «el mundo celestial ideal»—
están diseminados innumerables mundos materiales como nuestro mundo terrenal.
El descubrimiento de
las leyes de la mecánica y de la ley de la gravitación universal aportó nuevas
pruebas de esta verdad. Los defensores de la idea de los dos mundos diferentes
afirmaban que el movimiento de los cuerpos terrestres y celestes está
subordinado a leyes distintas por principio. Consideraban un sacrilegio la idea
no sólo de la identidad, sino incluso de la semejanza de estas leyes. Newton
demostró, realizando con ello una gran hazaña científica, que las leyes de la
mecánica de los cuerpos terrestres y celestes son las mismas; que es la misma,
por su naturaleza, la fuerza que obliga a todos los cuerpos carentes de apoyo a
caer a la Tierra, que obliga a la Luna a moverse alrededor de la Tierra y que
obliga a los planetas, incluida la Tierra, a girar alrededor del Sol. Resultó
que absolutamente todos los cuerpos del mundo infinito están unidos por una
interacción material, única por su esencia, que no reconoce ninguna división en
mundo terrestre y mundo celeste.
El empleo del análisis espectral —que permite estudiar la composición
química de los cuerpos por el carácter de la luz que emiten cuando se
encuentran en estado gaseoso incandescente— tuvo gran importancia para refutar
la idea de los dos mundos. Cada elemento químico tiene su grupo especial de
líneas (espectro). Las investigaciones efectuadas por medio del análisis espectral
han demostrado que los cuerpos celestes están integrados, en lo fundamental, de
los mismos elementos químicos que la Tierra. Estas investigaciones han reafirmado más todavía la gran idea de la
unidad material del mundo.
Pero aun en el caso de
que los científicos hubieran descubierto en cualquier cuerpo celeste un
elemento que no exista en la Tierra, eso no habría significado una alteración
de la unidad material del mundo. No se trata de que en todos los astros y en
todas las galaxias existan los mismos elementos químicos, sino de que todos los
elementos —independientemente de que existan o no en todas partes— son unas u
otras variedades de la materia, que poseen propiedades fundamentales iguales y
se subordinan a las leyes naturales objetivas.
Los átomos de todos los
elementos químicos son sistemas materiales, compuestos de partículas
elementales del mismo tipo (protones, neutrones y electrones) y que tienen la
misma estructura. Los rasgos principales de esta estructura se manifiestan en
la existencia, en dichos elementos: a. de núcleo central compuesto de
partículas elementales más pesadas y que por ello contiene la parte mayor de la
masa del átomo; b. de una envoltura estratiforme que lo rodea, compuesta de
partículas elementales más ligeras; c. de cargas eléctricas contrarias en el
núcleo y en la envoltura. Por consiguiente, los átomos de los elementos químicos
son únicos por su composición y su estructura. A ello está vinculado el hecho
de que toda su diversidad no sea una acumulación de cuerpos que existen
casualmente, sino un conjunto de objetos materiales concatenados internamente y
unidos, en particular, por el sistema periódico, por la ley periódica general
que descubrió D. Mendeléiev.
Al contraponer el «mundo celestial» al «mundo terrenal», los teólogos
afirmaban que en la Tierra todo es mutable, todo llega a su fin tarde o
temprano, mientras que en el cielo todo es inmutable, imperecedero. Pero ¿dónde
están la eternidad e inmutabilidad de los cuerpos del mundo celestial? Las
ciencias naturales han demostrado que el sistema de cuerpos celestes denominado
sistema solar no ha sido siempre, ni mucho menos, como es ahora. Tiene su historia.
Tampoco las estrellas son inmutables. Muchas de ellas se encienden y se apagan.
Surgen y perecen sistemas estelares enteros.
El movimiento eterno, el cambio, es inherente a todo, y no existe ningún
mundo especial que no se someta a esta ley del ser. Sin embargo, donde desaparecen unas formas de la
materia, surgen ineluctablemente otras nuevas que empiezan su propia historia.
Ninguna partícula de
la materia, ni siquiera la más minúscula, desaparece sin dejar huella ni surge
de la nada: la materia no hace más que transformarse de una forma en otra, sin
perder jamás sus propiedades fundamentales. Por ejemplo, si desaparece un
objeto material con una masa determinada, aparecen obligatoriamente otro u
otros materiales con una masa igual a la del cuerpo desaparecido. En todos los
procesos de transformación de los átomos permanece invariable la carga
eléctrica total. En ésta, como en otras leyes semejantes de la naturaleza, se
manifiesta la eternidad de la materia.
La indestructibilidad y
la increabilidad de la materia y de su movimiento se expresan en la ley de la conservación y
transformación de la energía, que desempeña un importante papel en la
confirmación de la unidad material del mundo. Gracias a esta ley, señaló
Engels, «se han borrado hasta las últimas huellas de un creador del universo al
margen de él». Nada puede comunicar ningún movimiento a un cuerpo material, incluso al
más minúsculo, excepto la influencia real de otro cuerpo material, que le
transmite total o parcialmente su propio movimiento. En virtud de esta ley,
todos los procesos forman una cadena única, en la que no hay ni puede haber
nada que no haya sido engendrado por la materia. En ninguna parte, en ningún
fenómeno de la naturaleza y de la sociedad, hay ni puede haber acciones que
partan de un misterioso «mundo inmaterial» y que testimonien su existencia. Todo tiene sus
causas naturales, que radican en estos o aquellos cuerpos materiales, en sus
acciones y propiedades. La ciencia explica el mundo material a partir de él
mismo y no necesita de ninguna esencia sobrenatural al margen de la naturaleza.
Hubo un tiempo en que los hombres ignoraban en qué consistía la esencia
de la vida. Las peculiaridades de los organismos vivos, que los diferencian tan
extraordinariamente de la naturaleza inorgánica, sirvieron de pretexto a
algunos pensadores para afirmar que la base de la vida es cierta «fuerza vital»
inmaterial que dirige todos los procesos en los organismos vivos. En
particular, los idealistas declararon que la transformación de la materia
inorgánica en orgánica —que tiene lugar en los animales y las plantas— es
resultado de la actividad de esa «fuerza vital». Pero las ciencias naturales
demostraron que la esencia de la vida es un proceso material de metabolismo,
que transcurre de una manera singular y está subordinado a las leyes de la
conservación de la masa y la energía, las cuales actúan también en toda la
naturaleza restante.
En otros tiempos se
desconocía el origen del hombre. Y eso dio motivo a que se formulara la idea de que
ciertas fuerzas inmateriales habían creado el hombre por medio de un «milagro».
Sin embargo, llegó un momento en que se dio a este problema una solución
auténticamente científica, que excluía la concepción religiosa sobre las
fuerzas inmateriales y el misterioso mundo sobrenatural. Esa solución fue
iniciada con la doctrina evolucionista de Carlos Darwin. Por su parte, el
marxismo hizo una aportación decisiva al esclarecimiento de este problema,
demostrando el papel que había desempeñado el trabajo para destacar al hombre
del mundo animal.
Los fenómenos de la conciencia se distinguen radicalmente, por su
carácter, de todos los fenómenos materiales. Esta diferencia es aprovechada por
los idealistas para declarar carente de base la idea de la unidad material del
mundo. Pero como veremos en el capítulo siguiente, la conciencia, aun no siendo
material, es producto suyo y no existe sin ella. Los fenómenos de la conciencia
no forman ningún mundo singular que se encuentre fuera del mundo material, por
encima de él e independiente de él. Y, por consiguiente, no rompen la unidad
material del mundo. Lo único que hacen es demostrar cuán polifacética y
completa es esta unidad, que incluye una gran variedad de formas de la materia
en movimiento y una cantidad infinita de sus diversas cualidades y propiedades.
La vida de la sociedad humana, su historia, la actividad de los hombres
y el progreso social son declarados con frecuencia producto de las
prescripciones de «la voluntad divina» o resultado de la acción de ciertas
ideas, situadas, supuestamente, por encima de la realidad material y que
predominan sobre esta última. El materialismo histórico ha probado la falsedad
de esas opiniones, poniendo al desnudo las leyes objetivas y las causas
materiales del desarrollo de la sociedad.
Para argumentar la tesis que proclama la unidad del mundo tiene
importancia decisiva establecer el carácter universal del nexo que existe entre
todas las formas de la materia, cualitativamente diferentes, y de las
correspondientes formas del movimiento. Este nexo de las diferentes formas de
la materia y de las diferentes formas del movimiento ha existido, existe y
existirá siempre y en todas partes. En el mundo jamás ha existido, existe ni
existirá en parte alguna nada que no sea materia en movimiento o que no
haya sido engendrado por la materia en movimiento. En eso consiste
precisamente la unidad del mundo.
El mundo es material. Es único, eterno e infinito. Y el propio hombre, su
producto superior en la Tierra, es una parte del gran todo denominado
naturaleza.
La unidad del mundo no puede reducirse a la homogeneidad de su composición
físico-química o a la subordinación de todos los fenómenos a las mismas leyes
conocidas de la física. En virtud de la acción de la ley universal del paso de
los cambios cuantitativos a cualitativos, cada cualidad concreta existe entre
determinados límites de medida a escalas finitas de espacio y tiempo. No se la
puede extrapolar (extender) al infinito. Por eso toda teoría científica
concreta tiene también una esfera limitada de aplicación. La verdad es
siempre concreta. Cualquier teoría científica concreta tiene también una esfera
limitada de aplicación. La verdad es siempre concreta. Cualquier teoría
científica es ineludiblemente un sistema abierto de conocimientos.
La materia es de una
variedad infinita en sus manifestaciones. Cuando cambian (aumentan o
disminuyen) las proporciones de espacio y tiempo, en determinadas etapas, se
producen ineludiblemente cambios cualitativos en las propiedades parciales, en
las formas de organización estructural y en las leyes de movimiento de la
materia. Muchas leyes del micromundo son distintas, en cualidad, de las leyes
de los fenómenos macroscópicos, y a la escala gigantesca del Universo existen
procesos y estados singulares, insólitos, de la materia, y aún está por crear
la teoría que los explique.
Así y todo, pese a las diferencias cualitativas y a la inagotabilidad
estructural de la materia, el mundo es uno. Esta unidad se manifiesta a escala
global en que la materia y sus atributos son absolutos, sustanciales y eternos;
en que todos los sistemas materiales y niveles estructurales están concatenados
entre sí y se condicionan mutuamente; en que la determinación de sus
propiedades es natural; y en que las formas de transformación recíproca de la
materia en movimiento son muy variadas y corresponden a las leyes universales
de conservación de la materia y a sus propiedades fundamentales.
La unidad del mundo se
manifiesta asimismo en el desarrollo histórico de la materia, en el surgimiento
de formas más complejas de materia y de movimiento basadas en formas
relativametne menos complejas. Se manifiesta, por último, en la acción de las
leyes dialécticas universales del ser que se revelan en la estructura y en el
desarrollo de todos los sistemas materiales.
Manifestaciones
locales de la unidad del mundo son la homogeneidad de la composición
físico-quimica de los cuerpos, la comunidad de sus leyes cuantitativas de
movimiento, el parecido de la estructura y de las funciones de los sistemas, la
semejanza de las propiedades, que hacen posible modelar los sistemas y procesos
complejos, basándose en fenómenos más simples con el fin de obtener mueva
información del mundo.
La doctrina dialéctica
materialista del mundo sobre la materia y las formas de su existencia
constituye el cimiento de la filosofía marxista-leninista, la base de la
concepción monista, integral del mundo. Reviste inmensa importancia
metodológica para la ciencia contemporánea y contribuye a la integración de las
ciencias y a la elaboración de una interpretación integral del mundo como
materia en movimiento y desarrollo.
{F. Konstantinov y
coautores. Fundamentos de la filosofía marxista-leninista. Parte I. Materialismo
dialéctico. Academia
de Ciencias de la URSS. Editorial Pueblo y Educación, La Habana. Este libro,
en tus manos de estudiante, es instrumento de trabajo para construir tu
educación. Cuídalo. Tomado de la edición de la Editorial de Ciencias Sociales.
Cuarta reimpresión 1988.) [El capítulo III que aquí se ofrece ocupa las páginas
55 a 85.]}